VI

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 — ¡Bájeme ahora mismo! —exigió la rubia, furiosa, apenas sentada en la parte trasera.

Tenía la ropa pegada al cuerpo, el maquillaje corrido, tiritaba de frío, rasguñada y por si eso fuera poco con el tobillo punzándole terriblemente. Aun así, quería alejarse de ese hombre que lo único que hacía era reírse de su desgracia.

—De verdad, ¿quiere qué la baje en medio de este diluvio? —indagó el sombrerudo con la mirada fija en la carretera. Haciéndola soltar un bufido, al tiempo que un profundo escalofrío sacudía su cuerpo.

—Ni siquiera sabe a dónde voy, ¿o es qué intenta llevarme a su casa?

El hombre volvió a soltar otra sonora carcajada.

—No tuviera tanta suerte, Barbie...

— ¿Cómo sabe mi nombre? —indagó sorprendida.

—No me diga, ¿se llama Barbie? —Indagó aumentando el volumen de su risa. —¿Por qué eso no me extraña?

—Es usted un irrespetuoso, grosero. Solo sabe molestar, mojar y burlarse de las personas. Bueno, no se puede esperar gran cosa de un agropecuario —sentenció con cada palabra cargada de veneno.

El hombre, lejos de ofenderse, estiró una mano a la parte trasera de la camioneta, para pasarle una frazada azul.

—Séquese un poco, odiaría que se resfriara y me privara de su bella conversación.

Bárbara tomó el pedazo de trapo viejo y comenzó a secarse un poco su rubia cabellera.

La Última cerveza del desiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora