VIII

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El suave canto de los pájaros había comenzado a despertarla, aunque se negaba, a pesar de la claridad que se colocaba por los grandes ventanales, a abrir los ojos.

Y es que nadie podía culparla, ya que después del desastroso día que había vivido hace poco, permanecer cinco minutos más entre esas mullidas almohadas era algo semejante al paraíso. Aun con todo y la gran flojera que la embargaba decidió obligarse a abrir los ojos, se topó con que su cuerpo ponía demasiada resistencia a ello, cada parpado pesaba toneladas.

— ¿Ya despertó?

Murmullos de una voz bastante familiar la obligaron a luchar por abrir los ojos.

— ¡Ah! —gritó la rubia más como oso hambriento que como delicada damisela.

La garganta le dolía en exceso, y la terrible sorpresa de ver a centímetros de su rostro la cara examinante de su prima Naomi no fue exactamente un pacífico despertar.

—Ay no, mujer. Estás horrorosa —sentenció componiendo un gesto entre preocupación y burla.

—Pues gracias—ironizó —, ¿qué haces aquí? ¿Dónde está Mateo?

La última pregunta fue acompañada por un débil intento de ponerse de pie, pero un fuerte palpitar en la cabeza la llevó a dejarla caer.

—Nos preocupamos por ti Bárbara, ¿tienes idea qué hora es?

Claro que resultaba entendible suinquietud, pero, ¿por qué preguntaba la hora?

La Última cerveza del desiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora