VII

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Bárbara no podía negar lo encantadora que le resultaba la hacienda, tampoco le convenía perder un futuro contrato de arrendamiento en ella, y es que su clienta estaría sin duda maravillada con el lugar. Y lo confirmó de la manera más increíble al enterarse por boca de la mismísima doña Carolina, abuela de Diego, que la hacienda contaba con su propio manantial, un lugar exclusivo para plantaciones, además, de un pequeño mirador en lo alto de una colina que daba la mejor vista de día y un espectáculo mágico por las noches.

—Dieguito, ¿por qué le platicamos todo esto a la señorita limosnera? —preguntó la anciana con clara curiosidad.

Diego tuvo que reprimir una carcajada para responderle con dulzura.

—Carito, ella no pide dinero. La señorita Bárbara es la mujer que quiere grabar el comercial en la hacienda.

—Oh, ¡¿una actriz?! —indagó, llevándose ambas manos al rostro en una mueca de sorpresa.

—No, no, ella es, es una...

—Licenciada en publicidad y marketing, con maestría en comunicación corporativa —respondió Bárbara de manera casi mecánica.

—Oh, qué pomposa —comentó la anciana con guasa.

Bárbara río un poco, esa mujer era dulce, tanto que podía jurar que en lugar de sangre tenía azúcar.

—Bueno, ¿qué le pareció la cena? —preguntó Diego cambiando el tema de golpe.

La rubia examinó su plato, la verdad es que hace muchono probabacomida tan típica, y no podía negar lo mucho que la había disfrutado.

La Última cerveza del desiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora