III

3.6K 276 96
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.



Después de un par de horas de sueño donde las ideas de Bárbara iban y venían sin dejarla descansar, su despertador sonó en punto de las 6:30 am, como de costumbre. Lo que no era usual es que, en vez de ponerse en pie como resorte, se quedara tirada viendo el techo con los pensamientos muy lejos.

Recordó el día en que se comprometió con Aarón, los nervios antes del sí, el viaje a España después de la boda, el nacimiento de Mateo y, por último, el momento en que lo describió con Lorena en su propia cama, ¿habían estado juntos todos estos años? Quizá a ella sí la amaba.

Con un hondo suspiro se llevó ambas manos al rostro y haciendo uso de la fuerza de su abdomen se sentó de golpe, miró un momento las sábanas blancas y cojines mullidos. Paseó sus ojos por toda la habitación hasta detenerlos en el peinador estilo romántico, fijando especial atención en el primer cajón.

Decidida se puso de piel y fue a abrirlo. Con cautela sacó el alhajero dorado, mordió su labio inferior, sintió como una sensación de desconsuelo, se apoderó un poco de su alma. Un suspiro lleno de sentimiento fue la clave para que se apurara a terminar con eso cuanto antes. Abrió la tapa de cristal y de pronto ahí estaba: el pequeño y hermoso anillo de oro, decorado con la enorme piedra de auténtico diamante. Sabía que valía una fortuna y que Aarón estaba en su derecho de reclamarlo al ser una reliquia familiar. Con una triste sonrisa levantó el aro dorado, sintiéndolodeslizarse una vez más por el dedo anular.

Lo miró un momento relucir como antes. Finalmente, se sintió demasiado melancólica para continuar con ello y con fuerza tiró de él. Pero el anillo se negó a moverse de su lugar. Bárbara jaló otra vez con mayor fuerza, nada, la linda argolla estaba atascada.

— ¡Naomi! —gritó la desesperada corriendo escaleras abajo.

Naomi, que ya estaba desayunando junto con el pequeño, levantó la vista con preocupación, su prima jamás gritaba en casa y mucho menos corría. Mateo se quedó con la cuchara suspendida entre el cereal y su boca. Y Rosita dio un brinco pensando en la basura que escondió bajo la alfombra.

La Última cerveza del desiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora