Elisabeth y Sam

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Una mujer de largo cabello negro, ojos oscuros, vestida con unos pantalones ajustados negros y una blusa del mismo color llegaba al pueblo vecino de Syltois. Mientras iba por la calle miraba a su alrededor, con una sonrisa mientras se relamía los labios, dejando ver unos pequeños colmillos en su boca. Detrás de ella le seguía un hombre de pelo castaño oscuro, ojos marrones claritos, vestido tan solo con unos pantalones vaqueros rotos por la rodilla y unas zapatillas negras.

Los dos caminaban tranquilamente por las desiertas calles de aquel pueblo, a altas horas de la noches. El hombre no perdía de vista los pasos de la mujer, mientras estaba pendiente de lo que le rodeaba. Cuando volvió la mirada hacia delante, ya no la vio y de repente sintió que algo lo abrazaba desde atrás. Tenía una mano sobre su pecho y la otra le acariciaba su mentón lentamente.

-Tengo hambre, Sam...Porque no eres un buen perro y me traes algo de comer. Quiero a esa mujer de aquella tienda, llévala al bosque para mí y te dejaré comer también. No me decepciones

Siguiendo las órdenes de mi ama, fui hacia aquella tienda 24 horas, dónde había una chica de unos veinte y algo, aburrida y mirando su ordenador. Entré e hizo aquello que se me daba tan bien... seducir a las mujeres. Cuando la chica se dio cuenta de mi presencia, se quedó completamente embobada al verme.

-Hola...¿Te puedo ayudar? -Se levantó enseguida de la silla y me acerqué a ella. Apoyé mis manos sobre el mostrador y sonreí como un niño pequeño.

-Sí, estaba buscando a un ángel y creo que ya lo he encontrado. -Le guiñé el ojo y ella cayó a mis pies muy rápido.

-Soy Laura, ¿Eres nuevo...por aquí? -Empezó a jugar con su pelo y yo aproveché para cogerla por el mentón y acercarla a mí.

-Sí, me he perdido y necesito tu ayuda. Espero que puedas concederme diez minutos de tu tiempo, linda.

-No creo que pase nada por cerrar la tienda un rato. ¿A dónde tienes que ir?

-Hay una cabaña al lado del río, pero no tengo ni idea de dónde está el río. Confío en qué tú me puedas ayudar.

-Sí, sé dónde está.

-¿Me llevarías hasta allí? -Me acerqué a su oreja y con una voz suave y seductora le hablé. -Por supuesto te compensaré muy bien tu ayuda.

-Claro, vamos. -Cogió su chaqueta rápidamente y apagó las luces de la tienda. Cuando salimos cerró la puerta con llave y nos dirigimos al bosque. -Esto...¿Cómo te llamas?

-Me llamo Sam, te agradezco que me ayudes a estas horas de la noche.

-No es nada, de verdad. Me gusta ayudar... -Rodeé su hombro con el brazo y reaccionó poniéndose toda roja.

-Que piel tan suave tienes. -Se puso muy nerviosa y empezó a decir palabras sin sentido por la vergüenza. Acaricié su brazo lentamente y con las yemas de los dedos rocé su cuello suavemente. -¿Te incómoda lo que hago?

-No, no...hum, solo me cogió por sorpresa. -Entramos en el bosque y nos alejamos de las calles. -Puedo preguntar qué te trae a este pueblo.

-Un amigo me ha dejado su cabaña para pasar unos días aquí, me dijo que aquí me iba a divertir mucho, y creo que no se equivocaba. -Dije mientras bajaba mi mano por su cintura. -Espero que nadie te esté esperando en casa esta noche.

-Nunca había conocido a alguien como tú.

-Eso es porque soy único. -Dos minutos de caminata después y ya podía escuchar la corriente del río. Cuando llegamos allí, ella me miró confusa.

-Creí que dijiste que esa cabaña estaba al lado del río, aunque no me suena haber visto ninguna antes. -Me puse detrás de ella y abracé su cintura con un brazo.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora