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Un mes más tarde Halley seguía sentándose frente a Connor por las mañanas.

Cuando el metro llegaba a su estación a las 7:15 de cada mañana su corazón se aceleraba consciente de que volvería a ver a ese chico de oscura mirada y sutil sonrisa.

Connor por su parte agradecía que nadie se sentase frente a él en las dos paradas de distancia que había entre ambos, y cuando Halley se sentaba frente a él se tomaba la libertad de observarla con calma y admiración.

Cada día, un ratito más.

En el último vagón del metro de las siete y cuarto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora