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Para Connor, Halley era preciosa.

Pequeñita, delgada —quizá demasiado, pero a él no le importaba—, de cabello rubio platino y ojos oscuros. Con nariz respingada y labios habitualmente pintados de rojo pasión que a veces dejaban ver una bonita y nívea sonrisa.

Quizá debió decirlo entonces, la primera vez que la vio, cuando lo descubrió.

En el último vagón del metro de las siete y cuarto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora