Una chica joven, de grandes e inocentes ojos dorados y pelo negro andaba por la calle tranquilamente.
Al ver la pastelería, decidió realizar uno de sus timos favoritos, de modo que entró y se dirigió hacia una mesa al azar, muy segura. Apenas se fijó en el tipo sentado allí, simplemente se sentó.
—Disculpa, ¿tienes hora? He quedado aquí con alguien, pero no lo veo. Tal vez he llegado muy temprano y no ha llegado, o me ha dejado plantada —Luna se rió suavemente.
El joven la miró, fijando sus ojos del color del ámbar en un reloj en su muñeca que cualquiera hubiera jurado que no se hallaba allí cinco segundos antes.
—Cuatro y media —respondió simplemente. Luego la miró de arriba abajo y sonrió—. No sabía que las pastelerías fueran un lugar de moda para las citas. Yo ya he pedido mi tarta, de chocolate. Es mi favorita. ¿Y tú? —preguntó.
—Tal vez no lo sean, pero a mí me encantan los dulces. Bueno, mientras ese idiota viene, voy a por una tarta.
Con tranquilidad se levantó y fue hacia el mostrador.
—¿Viene esa tarta de chocolate o qué? Mi chico la pidió hace un buen rato —señaló al joven con el que hablaba.
La joven que atendía la tienda sacó la tarta.
—Son 15 dólares.
—Paga él.
La chica se acercó al joven mientras Luna se alejaba con la tarta discretamente. En cuanto puso pie en la calle, echó a correr con su preciado premio en dirección al hotel en el que se alojaba. No mucho después, notó que la seguían. Fingió no darse cuenta, acercando la mano a la navaja en su bolsillo.
La voz de su perseguidor la hizo cerrar los ojos. "Mierda", pensó.
—¿Te parece divertido aprovecharte de la gente? —escuchó al hombre al que había robado la tarta. Su voz había pasado a ser gélida y aterradora, y denotaba un poder enorme, nada que ver con su apariencia poco impresionante.
Luna se giró, empuñando la navaja, para ver un extraño puñal en su mano.
—Oh, vamos, podemos hablar esto. No hay que usar la violencia —trató de negociar ella.
—No hablo con ladronas.
Luna dejó la tarta a un lado y se quitó la chaqueta, para estar más cómoda. Notó los ojos del hombre evaluarla, y luego fijarse en su hombro descubierto, con una marca en forma de media luna.
De inmediato notó una fuerza inmovilizarla, y mientras luchaba contra ella, el joven se acercó para observarla de cerca.
—Michael... No pensé que vería esta marca de nuevo —musitó él.
Justo cuando él comenzaba a alejarse, Luna logró por fin superar aquella fuerza, y se lanzó contra el chico, apuñalándole entre los omóplatos.
Él ni se inmutó.
Se giró y le quitó la navaja. Chasqueó los dedos, y aparecieron de repente en medio de un acogedor salón.
—¿Quién eres tú? —preguntó Luna, mirando alrededor— O mejor dicho... ¿Qué eres?
El hombre fijó sus ojos color ámbar en los de la mujer, y luego volvió a mirar la marca de su hombro.
—Gabriel. Mi nombre es Gabriel. Y, respondiendo a tu otra pregunta, soy un arcángel. ¿Y tú?
Luna dudó un segundo antes de responder.
—Luna.
El arcángel asintió.
—Bien, bien... parece que mi querido hermano mayor sí que la metió donde no debía —murmuró pensativo, con los ojos aún fijos en la marca.
—Oye, majete, mis ojos están aquí arriba —le espetó la joven, antes de acordarse de que el majete en cuestión era un arcángel y taparse la boca con las manos—. ¡Perdón! Por favor, no me mates...
Él parpadeó y ladeó la cabeza, sonriendo de medio lado.
—Si fuera a matarte ya lo habría hecho... Anda, sé una buena chica y corta esa tarta mientras hago un café. ¿O prefieres té?
Luna se encogió ligeramente de hombros.
—Té estaría bien, si no es mucha molestia —musitó antes de limpiar la navaja para cortar un par de pedazos de la tarta con ella.
Dos minutos más tarde, los dos se hallaban sentados en un sofá, y Gabriel degustaba un buen cacho de la tarta de chocolate.
—¿No comes? —preguntó al ver que su acompañante seguía mirando fijamente a la puerta, con pinta de desear salir corriendo de allí.
Luna se sobresaltó y cogió un trozo de la tarta, mordisqueándola pensativamente.
—Y dime, Luna... ¿Por qué me robabas tarta?
Ella dudó unos segundos antes de responder.
—Apenas puedo pagar el alquiler con mi trabajo...
—¿En qué trabajas?
—Soy fotógrafa —respondió Luna.
Gabriel se quedó mirándola, pensativo.
—No es la primera vez que te encuentras algo sobrenatural, ¿verdad?
Ella le miró como si no fuera muy inteligente.
—Mi abuelo era un ángel. Miguel. Tal vez te suene de la Biblia.
Gabriel se rió.
—No sabía si lo sabías, tampoco quería asustarte mucho. Eso lo hace todo más fácil... Bien, ladronzuela, tengo una oferta que hacerte. Te quedarás aquí, en esta preciosa casita, y te enseñaré a usar tus poderes de angelito, y tú no irás corriendo con los demás angelitos a desatar una guerra y destruir el mundo. ¿Qué te parece?
Luna meditó unos segundos su oferta, y luego asintió.
—Creo que tenemos un trato.
Gabriel sonrió, dándole unas palmaditas en la espalda.
—¡Genial! Ven, te enseñaré tu habitación.
El arcángel se levantó y le hizo un gesto para que le siguiera, y Luna no se hizo de rogar, razonando que cualquier cosa sería mejor que el sótano lleno de ratas, sin agua corriente y con luz unos días sí y otros no en el que vivía.
Pronto llegaron a una habitación con una ventana que daba a la playa.
Y ya está. Eso era todo lo que había: cuatro paredes blancas, una puerta blanca y una ventana de marco blanco que daba a una playa de arena blanca y aguas cristalinas.
—¿Y tengo que dormir en el piso? —preguntó la joven.
Gabriel chasqueó los dedos y una cama, con postes de madera de abedul —una madera bastante clara— y sábanas blancas apareció a un lado, junto con un armario de la misma madera, una mesilla de noche y un escritorio con su silla.
—Vale, tienes que enseñarme a hacer eso —dijo ella, observando los muebles con asombro, y acercándose para golpear la madera del armario con los nudillos.
—Para eso estoy. ¿Tienes que traerte algo de tu casa? ¿Ropa, tal vez?
Luna asintió en respuesta.
—Tengo algunas cosas que traerme, sí.
Gabriel chasqueó de nuevo los dedos, y aparecieron en el sótano en el que se hallaban las pertenencias de la joven.
—¿De verdad vives aquí? —preguntó él, arrugando la nariz mientras Luna llenaba una maleta.
—Desgraciadamente sí —fue su única respuesta.
Finalmente lo tuvo todo en la maleta, y aparecieron de nuevo en la nueva habitación de Luna.
—Bueno, dejo que te instales. El desayuno es a las 7 —le comentó el arcángel antes de salir de la habitación.
Luna se dejó caer en la cama.
—Que digan lo que quieran, esto es el verdadero paraíso.
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De dioses paganos y cruces de caminos
FanficLuna y Sara, dos gemelas con nada en común excepto el físico y la Marca del Arcángel. Nietas de Miguel y de Lucifer, son de mundos opuestos, pero sacrificarían su vida la una por la otra sin dudarlo. Se suponía que una persona tuviera los poderes...