DOCE

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   Marlene observó el callejón molesta por haber madrugado. A las seis recibió  la llamada de McCarthy para que fuera a la comisaría, y de ahí al callejón donde estaba. También estaba Masen, que le había caído bien y Edmond, con el que aún no había hablado. McCarthy llegó desde un extremo del callejón a donde estaban los tres con unos papeles debajo del hombro. Masen lo esperaba impaciente para continuar con el caso, le estaba pareciendo mucho más emocionante que los de las películas. McCarthy se dirigió a Marlene.
    —Te he llamado porque necesitaba a alguien, no era para hacerte madrugar.
    —Eso no va a arreglar que tenga sueño.
    McCarthy desenrollo un papel en el contenedor donde habían encontrado el cuerpo de Xavier Grimes. Era un mapa del barrio de West End. Marlene reconoció enseguida las calles por las que había paseado toda la vida.
    —La salida del callejón da a la calle Comedy y está a dos calles y a un parque. No sabemos por dónde vino porque no hay ninguna cámara. Quiero que —sacó un rotulador rojo de la chaqueta marrón que llevaba— vayáis cada uno a un punto —hizo tres cruces rojas en tres puntos alejados del mapa—. Os llevaréis unas radios. Cuando lleguéis lo decís, cuando estéis los tres preparados venís andando hasta aquí. Luego probaremos con unos sacos o lo que sea.
    Sacó de la chaqueta unas radios de última generación que no le habían hecho bulto en la chaqueta. Le dio una a cada uno y él se quedó una.
    — ¿Se gastan el dinero en esto y nosotros tenemos que reponer la máquina del café? — dijo Edmond.
    —Pregúntale a su padre —señaló a Marlene, que se encogió de hombros.

  Al salir del callejón solo tuvo que andar unos pasos para llegar a la entrada de un parque. Dos minutos después, Masen llegó al fondo de un parque que estaba rodeado de vegetación. En el camino no había visto a nadie. No se podía ver más de tres metros por los arbustos altos. No se escuchaba ningún ruido. La noche anterior había llovido y el suelo estaba embarrado. El lugar estaba en penumbra por el día nublado y la densa vegetación. En un rincón oscuro, se alzaba una estatua de piedra custodiando el lugar.
    Confirmó al capitán que había llegado. Se sentía, sin razón, observado. Las voces de Edmond y Marlene sonaron unos segundos después. La voz de McCarthy irrumpió en el canal de la radio.
    —Venir ya.
    Masen empezó a andar.
    Le alivio salir del incómodo rincón, que estaba muy escondido, y volver al camino. Tardó el mismo tiempo en volver que en ir. McCarthy esperaba al ganador del experimento, cuando vio a Masen hizo un círculo en la cruz del mapa donde había ido Masen. Un minuto después llegó Marlene seguida por Edmond.     —El resultado está claro. Vamos al parque.

    Al entrar en el parque el escenario era muy diferente al de unos metros más atrás. Los edificios y coches de la ciudad de Boston se cambiaron por una espesa gama de tonos verdes. Edmond empezó a andar entre los árboles mientras el resto del grupo seguía en el camino. Se respiraba el aroma que deja la lluvia al mojar los árboles.
    Llegaron a una especie de plaza donde se unían varios caminos. McCarthy sacó su mapa y empezó a estudiarlo haciendo anotaciones en él. Masen no recordaba haber pasado por ahí al ir a ese rincón dejado de la mano de Dios. McCarthy levantó la mano sin levantar la vista del papel para que se acercaran, pero Edmond había desaparecido.
    —Venir —enseñó el mapa—. Quiero que vayáis a ahí —señaló una cruz, esta vez era negra—. Buscar algún rastro o algo que no sea normal.
    Avanzaron por un camino de piedras buscando alguna huella, pero la lluvia había borrado cualquier rastro. Había pequeñas ramas esparcidas por todas partes que crujían a cada paso. El silencio era un tanto incómodo. A Masen se le ocurrió un tema.
    — ¿Estabas terminando psicología?
    —Psiquiatría.
    — ¿No es lo mismo?
    —Es parecido.
   Otro silencio seco.
   Vaya mierda de idea ir a buscar huellas a un parque, pensó Masen.
    — ¿Porque crees que le quitaron el bazo?
    —Pues… podrían ser varias cosas, te sorprendería la cantidad de trastornos que hay.
Hay mucho desequilibrado por el mundo.
    —Di uno que se te ocurra. Lo que sea.     Titubeó un poco.
    —Podría ser que el asesino tenga el síndrome de Cord. Los que lo tienen creen que sus órganos se están pudriendo. Se vuelven paranoicos cuando les dicen que están perfectamente y ellos creen que no. Se han dado casos de algunos que se han intentado quitar sus propios órganos, algunos se los han quitado a otras personas; solo para curarse ellos mismo de una ilusión.
    —Joder —Cord le sonaba a una enfermedad del estómago.
    —También podría ser un psicópata que ha adoptado ese modo de matar.
   —No va mejorando el diagnóstico...
  Seguían buscando algún rastro mientras hablaban.   —Sería mejor que fuera el primero —dijo Marlene   — ¿Por qué? En ambos casos a muerto alguien.
  —Sí, pero los psicópatas suelen volver a hacerlo. Para quien tiene el síndrome de Cord es para sobrevivir. Bueno, ellos piensan eso, normalmente solo lo hacen una vez; y para los psicópatas es puro placer.
    La respuesta quedó en el aire seguida por un instante de silencio.
    —También podría ser tráfico de órganos —dijo Masen.
    —Podría, pero las mafias no suelen dejar los restos en un callejón. Y menos aún en un lugar tan… transitado, digamos.
    —Supongo que no.
    Masen se sorprendió al ver que Marlene tenía una respuesta para todo. Parecía ser muy lista. Al poco de hablar con ella, le parecía conocerla de siempre.
   —Recuerdo —dijo Marlene levantando la vista al cielo— un caso, en Honduras hace ya veinte años. El alcalde de una ciudad pequeña enfermó de una enfermedad que aún no ha sido identificada. Ningún médico era capaz de dar 
Diagnóstico correcto. Intentaron curarlo con muchas medicinas, pero nada funcionaba. Su mujer tenía ciertos conocimientos de Vudú e intentó curarle con hierbas y rezos. Puede sonar bien, pero fue horrible.     — ¿Horrible? ¿A qué te refieres?
    Marlene puso cara de asco de manera cínica
    —La mujer se encerró con él. Le arrancó los pulmones y el corazón y los reemplazó por Anamú. Según ella: intentaba cambiar los órganos de su marido por unos nuevos que crecerían de las hierbas.
    Masen puso la misma mueca de asco.
    —Joder. Pobre.
    Siguieron caminando entre las sinuosas curvas del laberíntico parque. No encontraron nada de nada. Cuando dieron media vuelta para volver a la plaza vieron una persona a lo lejos agachada. Entre unos arbustos alejados del camino. Masen puso la mano en el arma que le había dado McCarthy el día anterior. Se sentía orgulloso de llevarla.
    La figura alzó el brazo y los llamó, era Edmond
    Al llegar a donde estaba Edmond, un lugar muy alejado de los caminos, se apartó para dejarles ver lo que había encontrado. Era una especie de broche de hierro medio enterrado en la tierra. Parece un perro rastreador pensó Masen. Edmond sacó un pañuelo y cogió con delicadeza el objeto.
    — ¿Qué es?—pregunto Masen.
    —Solo es un broche —dijo Marlene.
    —No —dijo Edmond inspeccionando el broche de cerca—.Es un broche, cierto, pero no es normal. Tiene aspecto de ser muy antiguo. Parece verdadero. Seguro que tiene que ver en algo.
    — ¿Estás seguro?
    Asintió sin dejar de mirar el pequeño trozo de metal.
    — ¿Cuándo te has encontrado algo similar? Quizás sólo sea pura coincidencia, pero puede ser que tiene que ver.
     El teniente lo frotó con el pañuelo para quitarle el barro.
    — ¿Y eso que significa? —preguntó Masen.
    —Pues que el caso se anima.

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