Revive

257 30 26
                                    

.

.

Ϟ ~ Revive ~ Ϟ

.

.

.

Sus párpados se separaron lentamente, su nariz pudo percibir el característico olor del hospital, uno que se había grabado en su memoria luego de tantas visitas a causa de Neumonía. Suspiró, llegando a escuchar las voces al otro lado de la puerta, acostumbrando su vista a la luz que se colaba por las ventanas para así poder ver el lugar que ya conocía como la palma de su mano.

Sabía lo que le esperaba, paredes blancas que llenaban de luz la habitación, vacía, con una puerta color caoba que daba paso a un pequeño baño, y la puerta de salida. A su lado vería la bolsa de suero y medicamento colgando de su base de metal, conectados a su mano por una manguera intravenosa. Lo más seguro es que tuviese un respirador, porque su dificultad para respirar era menor.

Abrió los párpados por completo tras acostumbrarse a la luz, y todo lo que vio fue lo mismo que imaginó, a excepción de que Viktor estaba a su lado, recostado en una silla negra, con los párpados entre cerrados.

— No deberías estar aquí. —Habló de forma baja y lenta, haciendo que el ruso pusiera toda su atención en él.

— No, no debería, pero tampoco debería estar en casa. —Le dedicó una dulce sonrisa, pero ni con eso logró ocultar la preocupación que sus ojos reflejaban.

— ¿Cómo entraste?

Viktor acarició su mejilla con el dorso de la mano, llevando la otra hasta la altura de su mentón y posando el índice sobre sus labios, guiñándole un ojo. — Es un secreto.

Quiso reír, pero la tos lo atacó de nuevo. El mayor pasó las caricias a su cabello, intentando calmarle.

No era la primera vez que Nikiforov le acompañaba en una habitación del hospital, en los últimos años se habían hecho frecuentes sus ingresos, todos por la misma causa: Neumonía. Algunas veces bastaba con medicamento que debía tomar en casa, junto con los cuidados adecuados y el descanso apropiado; otras requería de un ingreso, recibiendo el medicamento por vía intravenosa, dándole a entender que había dejado avanzar mucho la enfermedad. Siempre que ocurría eso el médico le regañaba, luego era su hermana, luego su madre por teléfono.

— Debiste decirme.

Suspiró, apartando la mirada hacia la ventana, pudiendo ver el cielo que parecía estar un tanto despejado. Viktor aclaró su garganta, sin intenciones de repetir sus palabras.

— Lo siento. —Aquello fue todo lo que Yuuri atinó a murmurar, al final de todo había logrado lo que estaba buscando evitar: Lo había preocupado. — En verdad lo siento.

Una lágrima resbaló por su mejilla, una que Viktor se apresuró a retirar, levantándose de su asiento para darle luego un beso en esta, haciéndole volver la mirada a él.

— No te estoy regañando. —Aclaró con un tono dulce, esta vez besando la frente del menor.

— No te quería preocupar, a ti o a Mari, yo... Soy un tonto. —Nuevas lágrimas humedecieron su rostro, sabía que lo correcto hubiese sido contarles cuando se comenzó a sentir mal, pero tenía miedo, temía que indagaran más allá hasta dar con la verdad, hasta ver lo negro en su piel.

Sintió la mano del ruso sobre la suya, luego un abrazo que le tranquilizó. Se aferró a él, deslizando los dedos entre la tela de su camisa, intentando controlar el llanto. Entreabrió sus párpados al escuchar la voz del mayor, tarareaba aquella tonada que siempre le calmaba o le ayudaba a dormir, aquella que seguía sin saber de dónde proveía, o si siquiera existía. Las caricias le estaban logrando tranquilizar, quitar la molestia que la culpa había dejado en él. Una vez más les había mentido sobre su salud, como tantas veces ya había hecho, como si eso fuese lo único que supiera hacer luego de los dieciséis años.

Positivo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora