17 de diciembre del 2016
Querido Matías
Una difusa memoria de nuestras viejas conversaciones perturba mi mente, la sensación que produce es similar a cuando los recuerdos de mi niñez fuerzan su camino; rozan la felicidad para finalmente ser abrazados por la nostalgia. No obstante, siempre se presenta aquel inoportuno vacío al recordar que por desgracia dichos tiempos no volverán.
Suelo preguntarme si en el momento dado llegaste a sentir lo mismo, mi alma se encoge solo un poco más en dolor. Recuerdo entonces todo lo que pasé para conseguir estar nuevamente en calma y lo mucho que aún trabajo en ello gracias a ti.
Luego de ocho meses desde que decidiste ponerle un punto final a nuestra historia, no me sorprendo al recapitular tus desapariciones repentinas. Después de todo, era una niña enamorada e ingenua, tratando de hacer que nuestro viaje continuará, aún cuando ya habías abandonado el barco a su deriva. Dice un pajarito por ahí que el amor es ciego y creo firmemente que en su veracidad, señales no me faltaron para notar que algo andaba mal y sin embargo decidí continuar.
Tenías está costumbre de esfumarte con el viento un par de días por semana, cosa que en realidad no me molestaba puesto que comprendía que tenías una vida aparte de nosotros dos; la misma en la cuál nunca podría ajustarme debido a nuestra distancia.
Entonces, te preguntarás ¿A qué viene esta perpetua alusión a nuestro pasado? No era difícil para mí comprender que necesitabas tu espacio y tampoco era reglamentario rendirme explicaciones cada vez que desaparecías del radar, pero aquello fue solo la punta de la montaña en medio de nuestra tragedia silenciosa.
Como una embarcación en medio del implacable océano, resistimos aún cuando la marea se alzaba con todo su furor sobre nosotros. Pero ¿Para qué? si al final una pequeña ola nos hundió en el olvido.
Aunque nunca quise aceptarlo, realmente mis amigas tenían razón al decir que seguir esperándote era un sin sentido. Sé que les debo una disculpa por ser tan necia y querer hacer las cosas a mi manera. Pese a esto, no me arrepiento de que nuestros destinos se uniesen, incluso aunque ese encuentro fue algo fugaz, no dejó de ser necesario para ser lo que soy ahora.
Te amé sin duda, sin amarres, ni compliques, te amé con fervor y calma. Te amé con el corazón en la mano y habría saltado al vacío si tan solo me lo hubieras pedido, entonces en mi mente se abre paso un pensamiento objetando con cierta burla ¿Acaso no había saltado el día que te dije que sí quería ser tu novia?
Miles de kilómetros de distancia nos separaron por mucho tiempo y aún así, nunca fuiste tan ajeno a mí como en esos meses. Porque podía jurar que antes no era necesario que me cobijaras bajo tus brazos, puesto que tus gestos y palabras eran suficientes para mantenerte siempre allí; siempre tenías un piropo bajo la manga que me sacaría un buen sonrojo o al menos una risa, aunque nunca lo notaras.
Sin embargo, pasado un tiempo parecías ajeno a lo que alguna vez fuimos y a lo que en algún momento no muy claro dejamos de ser...
Tal vez una relación a distancia no fue la idea más brillante con la que pude salir, pero dime tú ¿Cómo podía reclamarle a mi corazón enamorado y ciego? ¿De qué forma me era posible obligarlo a dejar de acelerarse con cada tontería tuya? ¿Cómo forzarme a dejar de anhelarte con tanto fervor?
Al parecer, tú obtuviste las respuestas mucho más rápido para zarpar sin mirar atrás.
¿Acaso no recuerdas mi nombre en las frías madrugadas como lo hago yo? ¿Alguna vez se te escapa una pequeña sonrisa al recordar nuestras tonterías? Realmente espero que así sea y no por vanidad, ni orgullo, nada de eso. Lo hago porque parte de mí desea que aquel hermoso sentimiento que enmudecía mi corazón de felicidad, hubiese hecho lo mismo con el tuyo, al menos por el tiempo que nuestras almas danzaron bajo el mismo compás.