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| ❂ | Capítulo 3.

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Mis hirientes palabras dieron de lleno en la diana de Nyeel. El rostro de mi antigua amiga empalideció por la crudeza que había utilizado al hablar y entreabrió los labios, como si quisiera decirme algo; me costaba mucho pasar por alto que ella había propiciado toda la situación, que había antepuesto su sed de venganza a nuestra amistad.

Ahora yo estaba devolviéndole la indiferencia ante sus múltiples disculpas.

—Ordenaré tu regreso a la Corte de Invierno —decidí en aquel mismo momento—. Ya no te necesito como dama de compañía y tu simple presencia aquí me altera.

Tras aquella drástica decisión de última hora, logré sobrepasar a Nyeel y proseguir mi marcha hacia mi dormitorio. Las sienes me palpitaban como si tuvieran vida propia y los temblores de mis piernas no habían cedido ni un ápice; el encuentro sorpresa con mi antigua dama de compañía me había inquietado, pues no esperaba que fuera tan osada para venir a implorar mi perdón.

Había creído ser lo bastante explícita sobre lo que pensaba de ella y nuestra destrozada relación.

Cathima alzó la cabeza de sus quehaceres nada más escucharme traspasar la puerta. Le hice un aspaviento de mano indicándole que luego la pondría al día, dirigiéndome hacia el dormitorio para devolver a la mesita de noche el pergamino de la reina Mab y luego poder alcanzar el baño; a pesar de no haber hecho apenas ejercicio, estaba necesitada de un relajante baño.

Abrí los grifos y contemplé cómo el agua iba llenando el fondo de la tina. Los pasos de mi doncella me sobresaltaron cuando Cathima apareció en el baño, con una expresión cautelosa; ninguna de las dos había mencionado que hubiera decidido acudir a mi hermano a mis propias espaldas para informarle sobre la tensa discusión que habíamos mantenido Atticus y yo cuando mi prometido se había armado de valor para confesarme lo que había sucedido después de huir de palacio.

—Permítame que la ayude, princesa —me pidió, solícita.


La mujer dio un respingo cuando alzó la cabeza y me pilló observándola fijamente.

—¿He recibido respuesta a alguna de las notas que envié a la reina o al príncipe? —pregunté, refiriéndome a la reina Mab y a Sinéad.

Cathima sacudió la cabeza.

—Solamente tiene una nota de su prometido, Alteza.

Vestida únicamente con mi camisola interior, salí del baño para regresar al salón. Sobre la mesa se encontraba una bandeja de plata con un pulcro papel perfectamente doblado por la mitad y atado con un lazo de color amarillo; apenas habían pasado unas horas desde que me hubiera despedido abruptamente de Atticus en la biblioteca y ya me aguardaba una nueva petición por su parte.

Quité el lazo y abrí la nota.

Suspiré interiormente mientras leía la escueta petición de Atticus para que fuésemos a dar una vuelta a caballo por los campos del castillo aquella misma tarde; añadía, además, que tendríamos compañía. Quizá creyendo que no estar los dos a solas supondría un pequeño respiro para nuestra distancia.

Arrugué la nota y la devolví a la bandeja. Cathima aún seguía esperándome en el baño, junto a la tina; el agua debía encontrarse preparada para mí, desprendiendo nubes de vapor que olían a esa inconfundible mezcla de flores de la Corte de Verano.

Me quité la camisola y me metí dentro de la tina. Mi doncella procedió entonces a frotarme con cuidado el cuerpo con un aceite de los muchos que me habían obsequiado cuando vine allí; me permití esos instantes de paz para intentar relajarme y no pensar en nada.

THE SUMMER COURT | LAS CUATRO CORTES ❂ 2 |Donde viven las historias. Descúbrelo ahora