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Mi hijo duerme plácidamente entre mis brazos y Paulina tienen la mirada perdida. No puedo mentirle, no puedo decirle que seremos una familia, eso no es tan fácil, eso no se logra de un día para otro.

Me levanto y me dirijo hacia mi habitación, recuesto a mi hijo sobre la cama, le doy un suave beso y me dirijo a la sala de nuevo.

-Estás enamorado de alguien más- me acusa. Su mirada me escruta, me reta a mentirle, lo siente, lo ve, ya lo sabe. Ella siempre se ha caracterizado por ser así, calculadora, manipuladora y clara a la hora de hablar.

-Sí- respondo sin tener salida.

Asiente.

-Está bien- susurra, se levanta del sofá pensativa y bosteza.

-Ve a mi habitación, descansa, saldré un rato a tomar aire- ofrezco, ella me sonríe con tristeza y me sigue observando.

Me levanto aún con mi mirada puesta en ella, es que siento como si todo su ser me pudiese perdón a gritos, sonrió incómodo y salgo.

Meto las manos en mi bolsillo y camino sin rumbo, imágenes y recuerdos golpean mi cabeza.

Los recuerdos están hechos de agua y ahora se me escapan por los ojos.

Todo está pasando demasiado presuroso y abrumador, Natalia, Viviana, mi hijo y ahora Paulina. Me siento algo turbado, estresado, agobiado, me siento algo muerto... algo vivo... algo vacío.

10 de cada mes Donde viven las historias. Descúbrelo ahora