Hoy estuve a veinte metros de ti. Admito que me jugó en contra el clima y mi discapacidad visual, pero estaba a veinte metros de ti. Estabas en una caja de cristal, como si esa caja te protegiese de todo el daño alrededor. Te veías tan humano, tan real. Sé que es absurdo que no te piense así, pero eres mi sueño, y mis sueños nunca han sido reales. Nunca ha sido tan vivos. Nunca habían respirado. Pero tú sí. Esa noche había fuegos pirotécnicos en el cielo y en corazón a cada instante. Porque sonreías, porque cuando mostrabas esa hermosa sonrisa, demonios, ya no sentía nada en absoluto. No sentía dolor o cansancio, ya no sentía el frio calándome los huesos. Porque estabas ahí.
Y gritaba, gritaba con todas mis fuerzas, desgastaba mi garganta a pesar de que sabía no podías escucharme. No me importaba. Me bastaba con ver tu rostro, aunque fuese muy minúsculo desde mi punto de vista. Me bastaba con escuchar tu voz.
Esas casi dos horas pasaron en cinco minutos, me aferraba a quien sujetaba mi mano mientras te contemplaba. Dios, aun no supero que seas real. Pero lo eres, y eso me pareció mucho mejor que ser perfecto, lo puedo jurar.
No me importaron las consecuencias, porque son esas de las que se recuperan con algo de tiempo, no me importó, porque te estaba viendo.
Y me enamoré una vez más de ti. Me volví a enamorar de esa maldita sonrisa, de esa hermosa voz. Porque estabas ahí, a tan solo veinte metros de distancia, porque todo estaba bien, porque sonreíste, porque te sentí feliz, y pude ser feliz yo.
Andrea Solórzano.
Él mejor concierto de mi puta vida.
Sábado, 8 de Abril del 2017