Thot II

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La Luna era testigo de nuestro amor y Jonsu, mi buen amigo, nos ocultaba de Anubis o el que fuera.
Vivíamos tan libres, disfrutando del uno del otro, haciendo cosas mundanas como caminar en una montaña, en un parque...ver estrellas...leer. Él siempre me leía historias aburridas mientras intentaba distraerlo con besos. Tan difícil a veces de alejarlo de un libro. Cambió los de historia por cuentos egipcios cuando se enteró de nuestro hijo en camino y esta vez leía para soñar.

Me encantaba la sencillez con la que la vida se pasaba a su lado, la calidez de su amor abrumandome. Y yo correspondía cada parte de ese amor. Unos meses antes de que naciera Atticus, me lo propuso.

Terminábamos de hacer el amor y colocó contra luz un anillo que brillaba.

Nuestra historia tuvo altos y bajos, y a pesar de sus desapariciones yo lo seguía queriendo.

Adivinen qué dije...¡Que sí! Por supuesto.
Empecé a arreglar todo, mi vestido, su traje, el de mis incontables hijos, el salón. Los invitados los revisamos juntos: el panteón egipcio y el griego estarían, así como los medios de comunicación (El ojo de Ra y el Olímpico semanal). Todo marchaba viento en popa.
Todo era lindo.
Mágico, creí que luego de lo de Ares no podría pasarme nada malo al lado de Thot. Que ingenua era.

Se llegó el día, y si recordaba la fecha hoy es muy doloroso para mencionarlo. Atticus tenía meses de nacido y se vería hermoso en su trajecito.
Yo tenía un vestido blanco, al contrario de lo que todos pensarían.

La hora, siete en punto, con mis hijos y los otros invitados en la recepción. Esperando al novio. Una hora más tarde tampoco apareció. Para las diez yo sabía que no vendría. Ni si quiera despedí a nadie, desaparecí en un humo color rosa impregnado de perfume.

«Afrodita, odiaría que volvieras con él ¿Sabes cómo me siento? Amenazado de que vuelva y te declare su amor y tu vayas»
«Eres el amor de mi vida»
«Me haces sentir como chiquillo de secundaria»

Oh, Thot. Tan poeta, tan estudioso y aún así no sabías nada.

Nunca te dije pero extrañaba a Ares cuando no estabas. Él era mi consuelo para no sentirme miserable mientras tú estabas en quien sabe dónde. Pero tú...eras mi necesidad. Me hiciste conocer lo que era entregarse ciegamente.
Contigo aprendí a vivir mil vidas a la vez, me enamoré de los libros. De tu sencillez.
Me enamoraba que fueras tan nerd y yo tan...no sé, atrevida.

Quería casarme contigo. Quería todo contigo ¿A quién engaño? El único dios de otra mitología que podré amar en mi vida.

Partió. Un día me dijo que se retiraría a la Duat, un asilo para dioses egipcios. Al parecer terminé rompiéndole el corazón más que él a mí.
Nuestra historia debió de terminar de otro modo, mi pajarillo.
No en la Duat, donde no podrás ver de nuevo a nuestro hijo león. Tan grande, y fuerte. Ya nos hizo abuelos, genial...¿no?

Y me he desviado del tema para no volver a mojar con lágrimas mis páginas, oh. Es demasiado tarde.

—La diosa había empezado a llorar al recordar todo. Terminaron y volvieron, anduvieron en secreto. Él se iba, volvía. A veces se besaban, pero ya no era lo mismo. Y ella pensaba que otra ocupaba ya su lugar. Cosas de las que ella no hablará.

El diario del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora