4. Cumpleaños en la noche.

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Lo tenía todo preparado para su cumpleaños, estaba eufórica, nerviosa, expectante. Estaba segura de que acertaría con mi regalo. Sólo quería que llegase la hora y poder verle la cara. Estaba segura de que ninguno de los dos lo olvidaríamos nunca. 

Eran las 9 de la noche, principios de otoño. Mi estación preferida, misteriosa y hermosa por los cambios bruscos de temperatura, por los ataques de furia y llanto que vierte el cielo sobre las montañas. Por lo que eso representa para el bosque, calor y sol durante el día, humedad y frio por las noches. Tormentas realmente espectaculares por las tardes. Con fuegos artificiales que iluminan de tal forma, que dejan distinguir casi perfectamente y durante algún segundo aunque este entrando la noche, los verdes, marrones y ocres que predominan en esa estación. Cualquier cambio es brusco e inesperado, la tierra se empapa y desprende durante todo el día ese aroma característico que entra en mi, incluso por los poros de mi piel y me hacen sentir parte de ella, me hacen ser hierba mojada llena de vida. Sé que en cualquier otro lugar no tiene la misma belleza el otoño, que no se puede apreciar esa fuerza y ese misterio, que siempre encierra la madre naturaleza. Por eso esta época y en estos lugares tienen tanta magia. Decidí regalarle fuerza, misterio, belleza, tormenta, oscuridad, paz, luz, calor. Decidí regalarle una noche de otoño rodeada de naturaleza y vida. Regalo que siempre podemos tener a mano, pero que no apreciamos como tal, simplemente por eso. Porque lo entendemos como algo normal, que existe y por lo tanto carece de valor para un preciado regalo. Decidí regalarle la oportunidad de sentirse más vivo y lleno que nunca. La oportunidad de conocerme y reconocerse completamente, haciendo uso de lo más preciado que tenemos, la libertad.    Decidí regalarle mis miedos, mi debilidad, ofrecerme para ser presa de su protección, para enseñarle esa parte de mi que quiere aparecer en el más absoluto anonimato. Que se esconde pero que existe, mi fragilidad. De esta forma podía demostrarle mi confianza absoluta, mi entrega sin condiciones. Pero a la vez también quería ofrecerle mi otra parte de mujer, esa mujer fuerte y misteriosa, desconocida, luchadora, inesperada y llena de vida. Excitada y excitante, apasiona y apasionante. Ahora, solo era cuestión de saber, quién de ellas iba a acompañarle durante la noche. Yo por mi parte, me regalé la oportunidad de obtener y tener lo más puro de ese hombre. Tan imprevisible como es el tiempo, tan natural y limpio como es el lugar que escogí. Tan claro como es el cielo cuando duermen las nubes. Tan oscuro y temible como es la noche cuando las nubes despiertan y duermen a la luna. 

Busque un pueblo perdido en el perineo, sabía que ese lugar le hacía sentir bien, así que tuve fácil la elección. El acceso hacia la cabaña en coche era imposible, por lo abrupto del camino. Pero nos dejaría a muy pocos metro del destino. Era tarde, el sol se escondía y empezaba a oscurecer. Leía la felicidad en su rostro, desde que salimos desde nuestro punto de encuentro. A mi satisfacción de haber acertado en mi regalo por el lugar, se le añadía el placer de sorprenderle con la cabaña. El camino era oscuro, no sólo por la entrada de la noche, sino porque a ambos lados del mismo, se alzaban dos muros gigantescos con ramajes imponentes y aterradores por su forma y tamaño. El viento no susurraba sino que gritaba y peleaba para abrirse paso entre las ramas, haciéndolas bailar a su antojo. La lucha por el poder se desencadenaba ante nuestros ojos, pero el silencio pese a los gritos del viento, dominaban la noche. La oscuridad imponía temores y miedos inexistentes. Las aves de la noche empezaban a alzar la voz y esperaban cada pausa del viento, para pedir ser protagonistas. Las estrellas se dibujaban entre las nubes y las apartaban de su camino para que pudiésemos observar su brillo y su belleza. 

Bajamos del coche porque el acceso ya no nos permitía seguir en el, aún se distinguía el camino, pero sólo nos permitía ver pocos metros. Un cartel nos indico que no había pérdida y que estábamos llegando. Parecíamos dos adolescentes a quien se les había concedido la oportunidad de caminar solos. Nos sentíamos pletóricos. El rostro de mi amado reflejaba tanta felicidad, que mi corazón saltaba de agría al poder servirle de esa forma . Ser conocedora por mi culpabilidad al haberle regalado un anhelado sueño, me hacía sentir la mujer más afortunada del mundo. Porque muy pocos tienen esa oportunidad y si la tienen no la saben aprovechar. 

Mi iniciación BDSMDonde viven las historias. Descúbrelo ahora