—¿Preparado, amigo, para entrar en la atmósfera de Pangea? —le pregunta Andrómeda a Canopus, su ordenador.
—¿Y tú estás preparada, también, para ver al salvaje corriendo hasta la cima de la montaña como todos los años? —le responde él, a su vez, con otro interrogante que provoca que ambos estallen en carcajadas—. Aunque, pensándolo bien, lo mejor será que me siente a tu lado y que goce del espectáculo.
El androide que se encuentra parado junto a la chica cobra vida y camina con rapidez los pocos pasos que lo separan del sillón de subcomandante, para a continuación acomodarse en él. Si una persona desconociese los últimos avances tecnológicos sería imposible que lo diferenciara de un ser humano real. Todas las características externas y las funciones son réplicas exactas de las de un individuo del sexo masculino de veintisiete años. Y resulta muy atractivo, además, con el cabello rubio oscuro, los ojos azules y la piel bronceada, tal como lo pidió Andrómeda para divertirse en las noches solitarias.
—Entrando en Pangea en uno, dos, tres. —Canopus observa cómo la muchacha disfruta al guiar los mandos, una tarea innecesaria, pero a la que ella nunca renuncia cuando se aproxima a un planeta—. Ya estamos. Paso a controlar el sistema central, estrellita mía.
—Todo tuyo —acepta la joven al momento—. Ahora a esperar, dentro de poco empieza el entretenimiento.
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El guerrero de Andrómeda.
Science FictionLa gran preocupación del príncipe Lúgh es complacer a sus padres, los reyes de Taranis. Por este motivo debe elegir esposa entre las numerosas candidatas que ellos, desesperados, le ponen a diario debajo de la nariz. Quizá si le hubiesen contado...