—Parecen abejas hurgando en las flores —murmura Lúgh: observa fascinado cómo las pequeñas naves espaciales recorren la capital de Neutrón por el aire y zigzaguean desde todos los ángulos.
Se encuentran en el mirador Pegaso, justo frente a las Torres de las Galaxias del Grupo Local, que representa a cada una de las que integran la federación. Lúgh se sorprende al contemplarlas por primera vez. Creía que, al igual que la Andrómeda I, todas las estructuras serían metálicas. Sin embargo, quien diseñó la ciudad consiguió que las construcciones se mimetizaran con el paisaje. Se mezclan con las colinas y el verdor de la Naturaleza, que resulta atractivo a pesar de ser bastante menos frondoso que el de Taranis.
—¿Estás preparado, Lúgh, para presentar tus argumentos? —le pregunta Canopus con una sonrisa.
Él suspira hondo, antes de confesar:
—Muy preparado, no hay nada que desee más que permanecer junto a Andrómeda.
—Y lo conseguirás, amigo —el androide asiente con seguridad.
La muchacha aprovecha para, nerviosa, acomodarle la capa. La lleva sobre el hombro, a la usanza de su pueblo.
—Mmm, estás sexy, mi amor. —Andrómeda lo come con los ojos.
—Es una pena que cada vez que el MMAT me hace un reconocimiento aprovecha para cortarme el cabello —se lamenta Lúgh, acariciándole la cara—. Con el pelo largo te gustaría más.
Canopus y Andrómeda se miran y lanzan una carcajada.
—¿Qué sucede? —los interroga él, desconcertado.
—Soy yo la que hace que te lo corte, cielito, me agrada más así —y, observándolo con los hermosos ojos dorados, inquiere—: ¿Te molesta? No pensaba que estuvieras tan unido a tu cabellera. ¿No estás enfadado?
—No, ¿por qué habría de estarlo? —Se ríe, acompañando las risas de los otros dos—. El gusto es el gusto. Al menos ahora me quitas una preocupación, creía que la máquina seguía enfadada conmigo por golpearla al principio y que esta era su forma de desquitarse.
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El guerrero de Andrómeda.
Science FictionLa gran preocupación del príncipe Lúgh es complacer a sus padres, los reyes de Taranis. Por este motivo debe elegir esposa entre las numerosas candidatas que ellos, desesperados, le ponen a diario debajo de la nariz. Quizá si le hubiesen contado...