¡Al fin mi madre ha encontrado la princesa adecuada para mí! La cara prácticamente acaricia la mía con sensualidad. Los ojos, de un tono dorado que jamás he contemplado antes, lucen ansiosos y me llegan hasta el alma. Me desea, por esto destellan: sé que le resulto atractivo a todas las damiselas, ninguna se me escapa.
Tengo que contenerme para no jugar con el pelo rubio. Se le agita sobre los hombros cada vez que se mueve, igual que las hojas de las palmas después de la temporada lluviosa. Y también despide el mismo perfume de la naturaleza. En ocasiones, cuando se muerde el labio inferior, apenas controlo el fuego que me sube por dentro. Necesito besárselos, acariciárselos con la lengua, apropiarme de ellos.
Pero hay algo que me llama más la atención: los pechos. Son generosos, delicados y resaltan gracias a la vestimenta de color carmesí, ajustada como la piel. Apenas consigo reprimir el ansia de frotarlos con la mano y luego bajarla hasta atraparle la cintura y encerrarla con los brazos. Me repito que no debo tratar a una candidata a princesa y probable futura reina como si fuese la sobrina del posadero. Las normas sociales son para cumplirlas, por mucho que me pese en estos instantes. ≪Será el compromiso más breve del que se tenga noticia≫, pienso, es imposible que la respete por largo tiempo. ¡Con cuánta avidez la quiero para mí!
Creo que me pregunta si me ayuda a sentar, después de estirar el brazo y poner la palma de la mano como para frenarme. No entiendo el gesto y se me debe de notar porque la retira. Por otro lado, es imposible que acepte su auxilio, un guerrero jamás debe reconocer un momento de debilidad y menos consentir que una dama lo asista, no sería apropiado. Así que me incorporo por mis propios medios.
Al hacerlo, me percato de que luce un pantalón apretadísimo que más que ropa parece parte del cuerpo. Le marca cada pequeño detalle de la figura, e, incluso, la unión entre las piernas. Tengo que respirar hondo, todo en mí reacciona ante esta provocación erótica.
De improviso, comprendo que ninguna mujer de mi reino, ni siquiera las que se venden por unas pocas monedas de oro, utilizarían una vestimenta así. Recuerdo, además, que me hallaba a punto de morir en la cima del Taranis, bajo la espada de los cortadores de brazos. Hay algo en toda la situación que no encaja.
Así que con reservas admito que, tal vez, la hermosa chica no sea una candidata. Mis proyectos se desvanecen igual que el humo, un pensamiento que me ofusca. Es una tontería, debería centrarme en qué narices sucede en lugar de perder el seso por una mujer justo ahora, cuando la vida y la muerte apenas se separan una de la otra por una delgada línea.
—¿Dónde me encuentro? —le pregunto, intentando permanecer indiferente a su seducción.
Su perfume me inunda, y, al acercarse más, todo me tiembla. Pero comienza a largar una palabra detrás de otra tan rápido y con un acento tan extraño, que lo único que entiendo es que desea saber cómo me llamo. Y luego sigue soltando frases sin sentido.
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El guerrero de Andrómeda.
Science FictionLa gran preocupación del príncipe Lúgh es complacer a sus padres, los reyes de Taranis. Por este motivo debe elegir esposa entre las numerosas candidatas que ellos, desesperados, le ponen a diario debajo de la nariz. Quizá si le hubiesen contado...