Me miro en el espejo una y otra vez, nervioso, esperando a que llegue Andrómeda a mi estancia. Llevo puesta una indumentaria a la moda de Taranis y quizá sea esto lo que me dé cierta inseguridad.
Siguiendo mis instrucciones Lucero ha confeccionado una camisa celeste, que me cae sobre las caderas, y unas calzas azul oscuro en la misma gama. También un cinturón de cuero negro, a juego con las sandalias trenzadas. Y, para colocarme por encima, un manto de terciopelo muy suave al tacto, que cruje al caminar como si despidiera descargas eléctricas.
El motivo de que me observe tanto es que extraño mi larga cabellera y me parece que sin ella ondeando mi imagen está incompleta. Lo confieso: me molesta que mi futura novia no pueda contemplar el atuendo al completo. Deseo que todo sea perfecto, y, al mismo tiempo, que me conozca tal como soy, sin ignorar de dónde provengo y cuáles son mis costumbres. Que se enamore de mí y no de una mentira.
—Andrómeda está a punto de llegar —me informa Lucero con risa en la voz.— Cincuenta segundos estelares, cuarenta y nueve, cuarenta y ocho...
Mientras ella cuenta, no me enfado de que se divierta a mi costa porque le he preguntado en cientos de ocasiones si la comandante se dirigía hacia aquí. Noto que mi nivel de nerviosismo aumenta: solo con pensar en su exótico perfume me siento como uno de los núcleos de energía que impulsan la nave y de los que tanto se vanagloria Canopus.
Impaciente, avanzo hacia la puerta y la espero del otro lado, pues no deseo que mi sorpresa se devele por anticipado.
Cuando, ¡al fin!, escucho sus pasos y aparece por el amplio pasillo gris metalizado, me da la impresión de que me propinan un puñetazo en el estómago. Normal: lleva puesta una piel espacial negra que poco deja a la imaginación. Es un mono entero con el que, salvo por una pequeña línea vertical, queda toda la espalda al descubierto, además de los brazos y de la mitad de los pechos. ¡Mucha fuerza de voluntad precisaré hoy para conquistarla poco a poco! Porque desearía hacerla mía ahora mismo, es lo que siempre me pide el cuerpo.
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El guerrero de Andrómeda.
Science FictionLa gran preocupación del príncipe Lúgh es complacer a sus padres, los reyes de Taranis. Por este motivo debe elegir esposa entre las numerosas candidatas que ellos, desesperados, le ponen a diario debajo de la nariz. Quizá si le hubiesen contado...