I: La Bella y La Bestia.

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—¡Mierda, no! ¡Mátalos si es necesario! No me importa cuantos cadáveres dejen—rugía molesto por el móvil con una mano en el volante—. En ese envío, llevan dos millones de euros en cocaína, y si no llegan para mañana a Francia, te arrancaré las bolas con mis propias manos ¿entendido? —dijo por último para colgar y lanzar el celular al asiento del copiloto.

Molesto y estresado; era como se sentía, como vivía desde que se le había heredado el negocio familiar. Siempre intimidando al personal, tenía el respeto, o mejor dicho, el miedo de todos. Y cómo no hacerlo, si por donde sea que pisara, se llevaba vidas con él.

Iba manejando por las carreteras de Londres, de regreso a casa después de ir a inspeccionar la bodega. Era de noche, las calles estaban tranquilas llenas de oscuridad, solo acompañado de la luna y las estrellas, un pequeño momento de paz. Eran de los pocos momentos que pasaba solo, al menos con sus guardaespaldas a más de un metro de distancia.

Sus agudos oídos escuchaban un timbre, un sonido muy agudo para ellos. El chillidos seguía, no lo soportaba, era muy agudo. Trató de tapar una de sus orejas con una de su manos pero fue inútil, seguía lastimando su tímpano.

El chillido seguía. No aguantaba más, no sabía que era o que lo producía. Fue bajando la velocidad para orillar su camioneta. El radio que llevaba con él para comunicarse con sus hombres comenzó hacer ruidos, lo tomó de mala gana y presionó el botón para contestar.

—Señor, ¿se encuentra bien? ¿Le pasa algo a la camioneta? —se escuchó la voz del hombre por radio.

Señor.

A pesar de tener apenas 23 años de edad, era llamado "Señor" por su personal. Desde pequeño había sido llamado así, su padre Desmond, le había inculcado a tener el control.

Recordaba perfectamente una ocasión, hace muchos años cuando se le fue llamado "Señorito" por uno de los hombres que servía a su padre. Con un asentimiento de cabeza de su padre, el pequeño rizado comprendió la indicación, la primera en aprender.

Tomó lo que tenía al alcance, lo cual era una llave inglesa; se abalanzo sobre el hombre y comenzó a golpear el cráneo del tipo con fuerza, aquellos ojos verdes, aquel pequeño inocente y limpio, había cometido su primer asesinato a los ocho años de edad.

Su padre miraba con seriedad la escena, no hablaba. El pequeño reflejaba coraje, soltaba pequeños rugidos, la sangre salpicaba su cara y su ropa de marca, sus hermosos rulos estaban manchados de rojo. El hombre yacía en el suelo, ya muerto y destrozado del cráneo. Harry se levantó de encima del hombre, limpió rastros de sangre que había quedado en su cara, limpió sus manos con su playera para seguir a su padre.

Aquel pequeño había perdido su inocencia, su niñez y pureza.

Y desde entonces, todos lo llamaban "Señor".

El alfa tenías una especie de jaqueca por el chillido, de mala gana contestó—: Todo esta bien, bajaré a tomar un poco de aire, vigilen el perímetro. —dejó el radio para bajar del auto.

Los chillidos fueron más fuertes, pero está vez percibía un dulce olor, un olor a cacao. El alfa siguió olfateado el dulce y delicioso aroma, el chillido se hacía cada vez más fuerte, causaba que su cabeza doliera, no sabía que demonios lo causaba.

Llego a unos árboles a metros de la carretera, vio algo moverse, escuchaba sollozos detrás de un gran encino. Miro a un pequeño hombre hecho bolita, con unos harapos rasgados usados como ropa, estaba descalzo, arrugaba los dedos de sus pequeños pies, recargaba su cabeza en sus rodillas recogidas y sus manos encima de ella.

Búsqueda Mortal |L. S|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora