Capítulo II

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Fue un martes cuando conocí a Frank Iero, un martes en que lo vi marcharse en el autobús B-12. Un martes, en que la cafetería que visitaba a diario obtuvo otro significado para mí.

Regresé a la cafetería cada tarde después de clases, me quedé durante una hora observando a todas las personas que entraban ahí. Pero no había rastros de Frank Iero. Quizá fue una visión, me dije el siguiente martes mientras bebía mi café y terminaba de resolver un par de ecuaciones, una visión… algo para convencer a mi mente de que vivir en este lugar no era tan malo, que esta ciudad tenía cosas buenas. Que otro Frank Iero podría andar por las calles y era mejor tener los ojos bien abiertos para encontrarlo de frente.

Que tomar una decisión acelerada podía traer buenos resultados.

Frank Iero…

Era sólo en ese aspecto que mi vida había cambiado un poco, seguía llegando cada día al dormitorio de estudiantes, escuchando durante las noches como los demás tenían sexo deliberadamente entre ellos y por la mañana usaban la ducha por separado, avergonzados por las sensaciones que manos ajenas habían provocado en ellos. Sintiendo como el olor a marihuana y alcohol inundaba el ambiente mezclado con risas y conversaciones animadas.

A veces realmente deseaba tener amigos ahí. Quizá charlar con Raymond, el chico que estudia mecánica y tuvo diez puntos menos que yo en el examen de Física, no era una mala idea. Usaba camisetas de bandas de rock, quizá compartíamos gustos. O Robert, el muchacho rubio que más de una vez había visto llegar con baquetas en sus manos, golpeando cualquier superficie a su paso para crear ritmos. Pero yo no era de los que hablaban, no era de los que se acercaba a alguien para entablar una conversación o algo más. Era difícil, cualquier tipo de conversación era difícil.

Pero le había hablado a Frank Iero y había salido bien.

Frank Iero… siempre llegaba a mi mente.

Podía pensar sobre perros, helados, sobre física cuántica, sobre mecánica de sonidos, sobre lo que fuera que llegara a mi mente y Frank Iero era invocado. Era un lindo nombre, podía encontrarle un significado a cada letra de él mientras imaginaba su rostro.

Y entonces la pregunta llegaba… siempre me lo pregunté más nunca tuve a certeza ni la valía para comprobarlo realmente. Homosexual, el tema de las etiquetas era algo feo, innecesario y bastante molesto. ¿Era yo homosexual? No solía pensar en otros hombres al momento de tocarme, tampoco en mujeres, mi mente se convertía en un remolino y varios recuerdos eran atraídos a mí, texturas, aromas, sabores pero jamás un rostro, unos pechos turgentes o una entrepierna.

Homosexual… gustoso me llamaría a mí mismo un homosexual si Frank Iero lo fuera también.

Una semana después de Frank Iero y yo debía seguir con mi vida. Miércoles… desperté a las nueve de la mañana, aquel día mis clases comenzaban a las once y media, tenía tiempo para un café y luego iría a la universidad.

Los baños de la casa estaban vacíos a esa hora, la mayoría estaba ya en clases o dormirían hasta el mediodía. Entré completamente desnudo y pronto tuve la necesidad de tocarme. Comencé con movimientos torpes mientras estrujaba la cortina con una mano, nuevamente el aroma de un perfume que había sentido en la cafetería vino a mis fosas nasales, inhalé fuertemente con mis ojos completamente cerrados, el perfume tenía aroma a verde, o turquesa.

Entre el lago de color verde que conducía los movimientos de mi mano una silueta comenzó a emerger, era un rostro familiar, unos hombros que conocía, una nariz bastante linda. Y entonces abrió sus ojos. Justo en el momento en que sus negras pupilas chocaron contra las mías cedí, abrí mis ojos con el corazón palpitando aceleradamente mientras veía mi desastre irse por el desagüe.

60 segundos ・ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora