Capítulo I

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La escuela de Ingeniería de la Universidad de Cornell. Una universidad privada ubicada en el barrio universitario de Nueva York, la más prestigiosa de todas, la particularidad que la diferencia de las demás escuelas de Ingeniería es que escoge a sus alumnos uno a uno. Sólo los mejores, sólo los más inteligentes, sólo los que realmente tienen un futuro dentro del campo de la ingeniería pueden entrar ahí.

Algunos pagan su escolaridad, otros son becados.
Algunos desearon durante toda su vida estudiar ahí, otros… otros son impulsados por sus padres para cumplir el sueño que ellos no pudieron cumplir.

 En el segundo grupo me encuentro yo, Gerard Way, 23 años, cursando segundo año de Ingeniería informática en esa cárcel sin barrotes. Despierto a las seis, me duermo a las dos. Como cosas instantáneas, tomo mucho café para mantenerme despierto, últimamente las anfetaminas se han vuelto unas buenas amigas a la hora de concentrarme para poder cursar debidamente.

 Estudiar algo que no te gusta es una mierda, lo odio, realmente lo hago. Pero aquí estoy. Mi madre y padre de oficios humildes y sueños grandes trabajan cada día para pagar las matrículas. La beca sólo cubre el arancel mensual.

 Mi presente es este, estudio algo que no me gusta, vivo en un lugar asqueroso, esta casa de acogida para estudiantes dónde tienen sexo y se drogan cada noche, mañana y tarde. Estoy lejos de mi familia y amigos, todo por no hacer mis propias elecciones.

 Recuerdo que cuando tenía once años, un 17 de septiembre durante el receso entre matemáticas y la clase de geografía. Mi profesor de arte me encontró en el pasillo, traía mi último trabajo en sus manos, una sonrisa en el rostro y un sobre bajo el brazo, se sentó junto a mí y me preguntó qué quería ser cuando creciera. “Feliz.” Respondí yo sin titubear. Él dijo que podía ser feliz si tomaba buenas decisiones, que tenía futuro como artista, que mis dibujos eran geniales, que tenía alma de artista. Me impulso y durante una semana me dediqué a pintar y a dibujar.

 Durante una semana fui feliz.

Pero el 21 de septiembre, después de llegar a casa eso cambió. Yo iba contento a terminar con un proyecto que había dejado a medias cuando me encontré con mamá en mi cuarto, estaba quemando en mi pequeño basurero cada lienzo, el aire estaba impregnado con pintura fresca y en una bolsa tenía cada instrumento que pude haber utilizado para crear arte. “Encontré tu examen de Literatura, obtuviste una B” dijo ella, utilizando eso como excusa para seguir arrebatándome cada sueño que podría tener. “Si quieres entrar a la escuela de ingeniería tienes que esforzarte y conseguir A en todo”

Yo no quería entrar a la escuela de ingeniería, ella quería.
Yo quería ser un artista.

— Way, Gerard Way.

Me alcé de mi banco al instante, un par de miradas me siguieron por el camino hacia el escritorio del profesor. Abracé mi mochila cuando llegué dónde él y simplemente esperé, el hombre calvo bajó la mirada a los exámenes repartidos por su escritorio y luego me extendió el que tenía mi nombre.

— Felicitaciones —dijo él.

Una A en álgebra, creo que es mi mayor logro en mucho tiempo. El amago de una sonrisa adornó mi rostro y cabeceé una vez antes de salir de la clase. Con esta A tenía asegurada la materia, no tendría que dar exámenes especiales, una menos. Sólo quedaban 16 materias y podría ser libre de esa universidad.

Avancé por el pasillo, mirando los resultados de mi examen. Había valido la pena los tres días sin dormir, tenía unas ojeras que me convertían en mapache, mi cabello olía  a mierda y el desodorante difícilmente escondía el aroma de mi cuerpo. No me había cambiado ropa desde el miércoles y ya era viernes.

60 segundos ・ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora