Capítulo VI

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Si alguien me preguntara ¿Qué es la felicidad?

Yo le respondería que felicidad… es lo que siento al saber que Frank es lo primero que veo cada mañana y lo último que veo antes de dormir. En resumen, Frank es mi felicidad.

La forma en que apareció en mi vida seguía siendo algo curioso, muy curioso, pero cada vez que recordaba nuestras primeras palabras sonreía. Había conocido a Frank porque me había superado a mí mismo para saludarlo, Frank había llegado a mi vida porque mi valentía había aumentado. Y ahora estaba ahí, casi ocho meses después de ese primer día, en mi segundo mes de clases en la universidad de Arte de Nueva York.

Me gustaba el cómo Anthony, las veces que nos visitaba, hablaba de lo mucho que yo había cambiado, tanto por fuera como por dentro. Para empezar, ahora sonreía, y eran sonrisas sinceras. Se me hacía raro achinar los ojos y arrugar la nariz para hacerlo, pero luego de un tiempo le tomé práctica y bastante estima. Estaba también el tema de mi cabello, a petición de Frank me lo había cortado y ahora lucía desordenado, de uno o dos centímetro de largo cayendo a todos lados desde mi cabeza. Me gustaba como lucía cuando dejaba de afeitarme, a Frank le gustaba besarme así más nunca podía hacer crecer demasiado mi barba, parecía tener un límite de dos milímetros fuera de mi piel.

Frank me decía lampiño.

También estaba el tema de mis ojos, Frank decía que veía un brillo en ellos, algo que no había visto cuando nos conocimos. Que mi cambio era también espiritual, Frank decía que yo era feliz ahora. Y Dios… jamás podría negar eso.

La universidad de arte era sencillamente genial, las personas el ambiente, todo. Era como estar en un mundo completamente ajeno al tema de “Estudia una buena carrera o morirás de hambre” los artistas no ven eso como algo malo, como hacen las madres. Los artistas lo ven como una expresión de arte.

Para los artistas todo es arte.

Frank decía que eran raros, cada vez que les hablaba de ellos, y tampoco negaba eso. Si algo me había enseñado mamá es que todo tiene que ser recompensado, y Frank merecía una enorme recompensa de mi parte. Todo este tiempo viviendo en su casa, viviendo de lo que podíamos porque mamá me había dejado de enviar dinero, pero Frank se empeñaba en decir que él se ocuparía de mí, y que cuando yo fuera un artista reconocido le devolvería la mano.

Se lo prometí, y no planeaba faltar a mi palabra.

Eran cerca de las seis de la tarde cuando regresé al apartamento, traía yo un enorme lienzo en el que había estado trabajando, se trataba de una muestra de arte abstracto, muy abstracto, demasiado abstracto. Tanto que después de un rato observándolo olvidaba como y cuando lo había hecho, ¿Me había drogado? Poco probable, pero la pintura lo parecía.

Entré a casa, Frank andaba de aquí a allá, parecía que se había duchado hace poco y estaba vestido demasiado ordenado para ser Frank.

— Ho…

— ¡Gerard, al fin llegas! —me interrumpió acercándose de pronto, se puso de puntillas para besar mis labios, sonreí, entonces se alejó— cámbiate ropa, tenemos que ir a cenar dónde mis padres.

— ¿Dónde tus padres? —dije abriendo mis ojos, bastante sorprendido. Después de ocho meses de relación jamás había visto a nadie más que a su hermano. ¿Cómo serían sus padres?

— Sí, tenía la invitación hecha hace días pero lo olvidé, me llamaron para recordarlo —murmuró despeinándose— ¿Dónde dejé…? ¡Acá está! —tomó una corbata que parecía haber sido usada solo una vez, hace más de cien años— ¿Qué esperas?

60 segundos ・ frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora