Un viejo Hyundai azul se detuvo esa mañana en el estacionamiento vigilado, con un aspecto cansado que solamente causaría un largo recorrido en carretera. Uno de los vigilantes, un joven sin expresión alguna quien usaba un uniforme caqui y sus correspondientes bandoleras, pidió que le mostraran la tarjeta de identidad. El muchacho que iba sentado en el asiento trasero entregó la tarjeta de plástico a su madre, quien a su vez se la dio al vigilante. Éste la introdujo en una terminal de ordenador que no encajaba de ninguna manera con aquel paisaje rural y apacible que los rodeaba. La terminal engullo el plástico y la pantalla se ilumino con un verde neón sobre el fondo negro:
PARK, CHANYEOL
RD. 1 POWNAL MAINE
ANDROSGOGIN COUNTY
NÚMERO ID.21-801-89
OK-OK-OKEl vigilante pulso otra tecla y todo desapareció de la pantalla, quedando de nuevo limpia y vacía, con su color negro verdusco. Después hizo un gesto de que el automóvil podía pasar.
-¿No nos devuelven la tarjeta?- preguntó la madre-. ¿No...?
-No, mamá- respondió Chanyeol con un tono relajado.
-Pues no me gusta- añadió la mujer, mientras detenía el automóvil en un sitio libre.
Llevaba repitiendo esa frase desde que habían emprendido el camino en la oscuridad, a las dos de la madrugada mientras su hermana todavía dormía en su habitación. En realidad, la había murmurado por lo bajo durante todo el trayecto.
-No te preocupes- dijo el muchacho, mirando a su alrededor con una mezcla entre expectación y miedo. Bajó del auto antes de que siquiera el motor terminara de apagarse por completo.
Chanyeol era un joven bastante alto, de buena complexión, usualmente de una gran sonrisa, llevaba una descolorida chaqueta militar para protegerse del frío en aquella mañana primaveral. Su reloj marcaba las ocho en punto.
Su madre no era muy alta, pero delgada. Su mirada era insegura y errática, como afectada por una profunda conmoción, Su cabello castaño se había despeinado bajo el
puñado de horquillas que supuestamente debían mantenerlo en su sitio. Sus ropas colgaban de ella como si acabase de perder varios kilos.
-Channie- murmuró con aquel susurro de conspiración que él había llegado a temer-. Channie, escucha...
El muchacho bajo la cabeza y fingió arreglarse la camisa. Uno de los vigilantes estaba comiendo una ración militar de alimentos concentrados directamente de una lata, mientras leía un cómic. Unas gotas de salsa de judías le bajaban por la comisura de los labios. Chanyeol contempló al vigilante y pensó por milésima vez: Esto es real. Y ahora, por fin, la idea empezó a cobrar una forma concreta.
-Todavía estas a tiempo de cambiar de idea...
El miedo y la expectación le formaron un nudo en el estómago.
-No, ya no queda tiempo- replicó-. La fecha límite era ayer.
Todavía con voz de conspiradora la madre insistió:
-Ellos lo comprenderán. Sé que lo harán. El Comandante...
-El Comandante- le interrumpió Chanyeol, mientras observaba el gesto desesperado de su madre-. Ya sabes lo que haría el comandante, mamá.
Otro coche había terminado el breve ritual de la entrada y estaba estacionando. Descendió de él un muchacho de cabello castaño casi tan alto como el propio Chanyeol. Sus padres bajaron a continuación y, por un instante, el trío formo un corro, conferenciando como jugadores de futbol antes de un gran partido. El recién llegado llevaba, como algunos de los demás muchachos, una bolsa de viaje ligera. Chanyeol se preguntó si habría sido una tontería no llevar una también.
- ¿No vas a cambiar de idea?
En la pregunta bajo el tono de nerviosismo, asomaba un sentimiento de culpabilidad. Park Chanyeol a pesar de tener solo 17 años, tenía una muy buena idea de la naturaleza de ese sentimiento. Su madre creía haber sido demasiado hosca con él, haber estado demasiado cansada o absorta en sus achaques de adulta para detener la locura de su hijo en su etapa inicial, antes de que la pesada maquinaria del Estado se adueñara del control de la situación; desde tiempo atrás, el muchacho se había encerrado cada vez más en su insensatez hasta que el día anterior, la trampa había caído sobre él definitivamente.
Poso una mano sobre el hombro de su madre.
-La idea ha sido siempre mía, mamá. Sé muy bien que no la compartes, pero...- Hecho un vistazo alrededor. Nadie les prestaba atención- Te quiero, mamá, a ti y a Yoora, pero esto es lo mejor, de todos modos.
-No lo es- replicó ella, a punto de que se pusiese a llorar-. No lo es, Channie. Si tu padre estuviera aquí lo impediría.
-Pero no está, ¿verdad?
Chanyeol se mostraba duro con ella, esperando impedir que se pusiese a llorar... ¿Qué sucedería si, al final, tenían que llevársela a rastras? Chanyeol había escuchado que sucedía en ocasiones y la idea le produjo un escalofrió. Con un tono más bajo añadió:
- Déjalo ya, mamá. ¿De acuerdo?- Sonrió tan forzado que no habría forma en que se viese natural, y el mismo se respondió-: De acuerdo...
A la mujer todavía le temblaba el mentón, pero asintió. No estaba de acuerdo, pero ya era demasiado tarde. Nadie podía hacer nada a estas alturas.
Una leve brisa comenzó a soplar entre los pinos y el cielo se encontraba de un azul intenso. La carretera quedaba justo delante de ellos, con el sencillo señalamiento que mostraba la división de la frontera entre Estados Unidos y Canadá. De repente la expectación superó el miedo y Chanyeol deseó estar ya en marcha, avanzando por aquella carretera.
-Te he preparado esto. Puedes llevarlo, ¿no? No pesa demasiado- musitó la madre mientras le entregaba un paquete de galletas envueltas en papel aluminio.
-Está bien- respondió el muchacho.
Tomó el paquete y abrazó seguidamente a la mujer con gesto torpe, intentando darle lo que ella parecía necesitar. La beso en la mejilla y por un instante estuvo a punto de llorar el también. Después pensó en el rostro del Comandante, con su sonrisa y su mostacho, y dio un paso atrás guardando las galletas en el bolsillo de su chaqueta militar.
-Adiós mamá.
-Adiós Channie. Pórtate bien.
La mujer se quedó inmóvil unos instantes y Chanyeol tuvo la sensación de que era muy ligera, como si el viento pudiese llevársela cual semilla de diente de león. Luego volvió al coche y puso en marcha el motor. Chanyeol permaneció donde estaba. La madre levanto la mano y se despidió. El muchacho pudo ver ahora lágrimas en sus ojos. Respondió agitando la mano y, cuando el coche se alejó, permaneció inmóvil unos instantes más, con los brazos a los costados, consciente de lo valiente y solitario que debía de parecer. Pero cuando el coche hubo cruzado la entrada, la sensación de desamparo le embargo de nuevo y volvió a ser únicamente un muchacho de 17 años solo en un lugar desconocido.
Se volvió hacia la carretera. El otro muchacho, el de cabello castaño, estaba contemplando a su familia, que se marchaba. En el rostro en su mejilla se podía apreciar una cicatriz muy visible intrigado de repente por la extraña sensación que aquel muchacho parecía producirle. Chanyeol se acercó y le saludó. El otro le dedico una mirada.
-Hola.
-Hola. Me llamo Park Chanyeol- se presentó sintiéndose ligeramente estúpido.
-Yo soy Oh Sehun.
-¿Estás preparado?- pregunto Chanyeol.
Sehun se encogió de hombros.
-Me siento ansioso. Es lo peor.
Chanyeol asintió.
Los dos se encaminaron hacia la carretera y el señalamiento fronterizo. Detrás de ellos otros coches empezaban a marcharse. Una mujer hecho a llorar con desconsuelo. Chanyeol y Sehun se acercaron más el uno al otro. Ninguno de los dos volvió la vista atrás. Delante tenían la carretera, ancha y negra.
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Course |Chanhun|
FanfictionEn una sociedad donde hay un control absoluto por un tirano al que todos conocen como el Comandante existe una vez al año una competencia donde 100 muchachos entre 15-19 años participan 99 mueren y uno vive Sin embargo ¿Que pasar...