CAPÍTULO 2

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En este último mes y medio mi rutina ha cambiado un poco, en lugar de pedir por teléfono algo para desayunar salgo a algún pequeño restaurante o cafetería. Ahora ya no me duermo a las tres de la mañana sino a las nueve de la noche a más tardar porque el despertador de ruidos de construcción no me permite dormir hasta medio día como quisiera.
El cine se ha vuelto habitual, incluso repito películas, el café ha vuelto a formar parte de mi vida con gran fuerza y mi psiquiatra no está contento con ello puesto que con el café y demás atenuantes mi trastorno de ansiedad está descontrolado.
Normalmente mis salidas se extienden hasta pasadas las cinco de la tarde, así que también como afuera y si por alguna razón regreso y ordenó algo para comer en el apartamento, siempre lo hago escuchando música con mis nuevos y súper profesionales audífonos con filtro anti ruidos, una maravilla tecnológica que me ha ayudado a mantenerme mínimamente cuerda.
A mis nuevos hábitos he incluido el de revisar el avance de las obras de remodelación, al fin y al cabo esta obra ha sido el principio de mi caos. Cada tarde al regresar de mi salidas me siento en una de las bancas del parque que está enfrente de ambos edificios, el mío y el antiguo en reconstrucción que me ha hecho sufrir. Siempre llevo una revista, un helado, algún fritura comprada en la calle o un cigarro que me limito a encender, inhalar una vez y dejar que se consuma solo, esto tampoco le gusta a mi psiquiatra pero al cabo únicamente lo uso de pretexto para sentarme en aquella banca y así poder observar y calcular el tiempo que resta para que todo esté terminado, lo cual estimo le quedarán como mucho un par de días.
La puerta y los ventanales de madera han sido sustituidos por similares nuevos, las paredes han tenido revocó, los adornos fueron completamente restaurados y la marquesina ha regresado a la vida, solo le falta anunciar algo, cosa que imagino será revelada en cuanto el único detalle faltante, la pintura del edificio, sea terminado.
A la rubia la he visto muy pocas veces, quizás cinco, siempre de lejos y despidiendo amablemente a los trabajadores, siempre de noche, así que aún no puedo definir su rostro completamente. No la he vuelto a espiar, desde aquella noche que la observe por primera vez me sentí tan avergonzada conmigo misma ante la posibilidad de que se haya dado cuenta de mi presencia, que tardé dos semanas en volverme a asomar a aquel balcón y cuando por fin lo hice me percaté que las persianas también habían sido cambiadas por unas nuevas que le permitían la discreción en el interior. Ahora solo por las luces puedo saber si la rubia duerme de noche ahí, no siempre se queda, pero cuando lo hace, a veces deja parcialmente las verticales persianas abiertas, lo que me da un ligero acceso a la vista de su piso, pero por la vergüenza que aún siento no me he detenido a observar, solo miro si la luz está encendida o no y por alguna razón, el confirmar su presencia me da satisfacción. Probablemente es por la intriga que me ha generado no haber podido observarla definitivamente, es como un borrón o una silueta para mí y no pienso acercarme a ese borrón sin un motivo verdadero, tampoco es que sea tan importante.
Desde hace diez días no hay más ruido ensordecedor y desde hace una semana el ruido moderado ha terminado definitivamente. No me di cuenta cuando pintaron el edificio, simplemente un día al regresar vi que ya todo estaba terminado en el exterior. Ya no tengo motivos para seguir con mi nueva rutina, ahora puedo volver a mis antiguos hábitos, pero es tan difícil deshacerte de una cotidianeidad autoimpuesta que no he podido hacerlo de golpe, así que como hace casi dos meses, me levanto a las seis, me baño, lavo mis dientes y me miro al espejo por más tiempo del que quisiera. Observo mis verdes ojos como buscando en ellos respuestas a preguntas que aún no he formulado, peino mi larga y ondulada cabellera negra, cepillo mis dientes y esto hace que mis gruesos labios enrojezcan. Me froto los ojos  intentando volver a la realidad, pero siempre es necesario terminar frotando varias veces toda mi cara. Me arreglo, tomo mi café y salgo sin más con la computadora en el bolso. Esto más que hábitos se ha convertido en un ritual.
A mi regreso por la tarde me siento en la misma banca de siempre, como un strudel de manzana que he comprado en una repostería del centro, miro el edificio y ¡oh sorpresa!, la marquesina ya anuncia algo. En letras doradas está escrito "GRIFFIN'S HOUSE". Sonrío y sigo observando hata que me doy cuenta que en los bordes internos de las paredes hay pequeños dibujos traslúcidos de tazas con humo, panes, algunas cintas de películas y otros comestibles que dejan en evidencia que se trata de un restaurante, algo ligero probablemente.
El misterio ha sido resulto, un establecimiento de comida serán mis vecinos, en algún momento tendré que ir, solo imploro que lo que se sirva sea decoroso, al menos a simple vista parece serlo. Termino mi strudel, hoy no hay mucho que ver, todo parece tranquilo, regreso a casa, voy al balcón y me doy cuenta que la rubia hoy no estará, entonces un suspiro se desprende de mí por inercia, no, no le tomaré importancia.
Han transcurrido dos días desde que la marquesina tiene nombre, me levanto y sigo la misma rutina adquirida no hace mucho, pero esta vez quiero variar y decido no tomar otra dirección, quiero ir a la esquina y así lo hago. Para mi sorpresa las puertas están abiertas, aún no veo clientes pero la curiosidad me está matando, me acerco a la puerta, de alguna manera me siento ilógicamente emocionada como si fuera a descubrir el fruto de mi esfuerzo, pero es que algo hay de eso, yo he sufrido tanto por la metamorfosis de este lugar que ahora no puedo evitar estar ansiosa por el resultado.
Llego a la puerta, me asomo con timidez, la emoción me está invadiendo, quiero entrar corriendo y explorar cada cosa existente en ese lugar, cuando de repente una voz masculina no muy grave y con tono amable se dirige a mi, tomándome desprevenida y haciendo  que dé un pequeño salto.
-Disculpe, no quería asustarla -me dice apenado.
-No hay problema, yo solo... -comienzo rápidamente a inventarme una excusa – veo que el lugar es nuevo y pensé que...
-¿Quiere pasar y probar algo? –me interrumpe alegremente.
-Ah, bueno, algo rápido estaría bien –Intento no sonar muy ansiosa.
Me ofrece una mesa pequeña situada al borde de una ventana con vista al parque que resulta maravillosa. Lluego me trae la carta, parece tan nueva, todo el lugar huele a nuevo, no hay más personas, probablemente soy la primera cliente en el día. No le tomo mucha importancia a esto puesto que he conseguido mi objetivo: entrar al lugar. El joven regresa donde estoy para tomarme la orden.
-¿Ha decidido que ordenar o requiere más tiempo? –pregunta con amabilidad.
-Sí, quiero los huevos benedictinos, un cappuccino frío descafeinado y una botella de agua. Sería todo por el momento. – respondo con precisión.
-Perfecto, en aproximadamente 10 minutos su orden estará lista –la sonrisa nunca se va de su rostro
-Gracias –asiento y lo miro entrar directamente a la cocina.
Durante la espera observo el lugar al fondo hay una escalera con barandal de madera que parece haber sido detallado a mano e insinúa estar fuera del alcance de los clientes al haberle incluido una puerta de acceso. La decoración es muy sobria, me gusta demasiado, una lámpara en medio y pequeñas luces alrededor de todo el lugar, las mesas son de madera y de dos tamaños, las de dos personas como en la que estoy y las que sirven para cuatro personas, permitiendo su unión para recibir a grandes grupos. Cerca de la escalera hay otra puerta, lo que puedo imaginar es el almacén, ya que inmediatamente al lado se encuentra la cocina. Las paredes están sobriamente adornas con afiches de comida y de filmes clásicos por igual, en el medio hay un panel de proyección y en contrapunto del lugar hay una pantalla de 60", esto quiere decir que la dueña tiene debilidad por el cine, este lugar me está gustando cada vez más.
Con puntualidad inglesa, al transcurrir exactamente los 10 minutos, el mesero sale de la cocina con una bandeja por encima de su hombro derecho, hasta ahora me fijo que no tiene uniforme. Se acerca sonriente y coloca el plato, el capuccino y la botella de agua, mientras lo hace yo observo fijamente el plato con los huevos.
-Que disfrute su desayuno –siempre mantiene la cara de amabilidad
-Imposible –respondo en el tono más frío y seco que puedo.
-¿Disculpe? –me mira sorprendido.
-Tráeme la cuenta –no estoy intentando ser amable
-Perdón ¿he hecho algo que le disgustado? –Sigue sorprendido.
-Sí, servirme este plato al que por alguna extraña razón tú le llamas comida, específicamente huevos benedictinos –Cada vez me estoy enojando más.
-Pe...pero, si hay algo mal con el platillo, pu..puedo cambiarlo por algo de su gusto –comienza a tartamudear y siento algo de lástima.
-Todo está mal y por salud física y mental no tengo intención de probar alimento alguno en este establecimiento –No estoy intentando ser amable sino todo lo contario.
El chico se niega a darme la cuenta, se niega a que yo pague, repite mil veces su misma disculpa, esto puede comenzar a rayar en lo humillante y no me gusta el camino que está tomando. Recojo mi bolso para sacar mi cartera y de repente los ojos del chico se iluminan como si el salvador del mundo estuviera entrando por aquella puerta, me suplica un minuto, y corre hacia ella como un niño a su madre.
Me quedo en shock, por fin la estoy viendo de cerca, es muy rubia, mucho más de lo que había notado en la oscuridad. A diferencia de mí tiene la quijada cuadrada, su cuerpo es voluptuoso y me siento en desventaja al darme cuenta que el mío es demasiado delgado, sus ojos son azules y profundos, la nariz recta, labios largos y delgados, no es muy alta, al menos no más que yo.
Sigue hablando con el chico, lo mira con atención y con cierto gesto de preocupación voltea a verme de manera fugaz, se ha dado cuenta que la miro, pero no he podido evitarlo, después de dos meses de ser un misterio para mí por fin todas las respuestas han sido reveladas. Ya se quien es la rubia, se que tiene buen gusto en decoración y que su comida es un verdadero asco.
Han dejado de hablar, la rubia está dirigiendo su caminar hacia mí y el chico viene con la cabeza baja detrás de ella.



MERECEMOS ALGO MEJORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora