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No me gusta el desvío de esta conversación. Es fea, fea e incómoda.
Una vez más Lara y Jeremy vuelven a su rutina diaria de chismorreo, como dos comadronas viejas. Yo trato de no involucrarme en la «conversación» y me mantengo al margen porque este es, sinceramente, uno de los temas que prefiero evadir en todos los sentidos. No quiero opinar, tampoco escuchar.

Cada que hay un receso, por muy corto que este sea, Lara y Jeremy se desviven hablando de otras personas, es como si hubiesen nacido para juntarse. Bien dice mi abuela: «Dios los creas y el diablo los junta». Y no exagero. Eso es lo que mayormente hacen: volver un charco de agua un mar muerto.

Aun recuerdo la vez en que Jacob, un chico que cursaba el primer año en el instituto, de baja estatura y que siempre se la pasaba en los rincones erguido de hombros, fue el blanco de lastima de todos en el Weslly porque, según Lara y muchos otros, había sido abusado por su vecino cuando era un niño, y a eso se debía su timidez. Recuerdo haberle preguntado cómo sabía ella aquello que andaba regando, a lo que ella respondió:

-Me lo dijo Brian –y se encogió de hombros.

Al final resultó que el chico era introvertido, nada más, y nada menos; pero la mayoría prefiere la versión escandalosa de Brian, o Lara, o de no sé quién carajos porque «tiene más sentido».

Mientras Lara y Jeremy discuten yo busco mi sacador de momentos incómodos y me dedico, sin preámbulos a: a) encender el celular, b) entrar en instagram y c) escribir el usuario de Killian en el buscador. Y, mientras deslizo mi dedo sobre la pantalla del celular me pregunto si esto cuenta como masoquismo; porque, siendo sincero, hasta para mí es escalofriante la obsesión que tengo con sus fotos, sobre todo por el desastre de la última vez. Y sí, ya lo sé, es un poco exagerado creer que es un desastre un simple like, pero uno nunca sabe las consecuencias. Después de todas mis conjeturas sigo restándole importancia y continuo bajando en su perfil hasta darme cuenta de que faltan algunas fotos, las viejas, dónde sale sonriendo con su familia y amigos, dónde se veía feliz; incluso falta la foto a la que, accidentalmente, le oprimí like.

Borradas, todas. Ya no están.

-Hey –Dallas se deja caer en césped, junto a mí-. ¿Cómo vas?

Guardo el celular en el bolsillo de mi pantalón y ruego porque Dallas no haya visto lo que estaba haciendo. Admitir en voz alta que cuando estoy aburrido veo las fotos de Killian encabeza la lista de cosas que nunca en mi vida haré. Giro los ojos y me vuelvo para mirar a Killian, él tiene esa sonrisa amigable característica suya y yo los nervios que me cuestan disfrazar.

-Genial... Todo está genial –le respondo, tratando de parecer relajado, así que también imito su sonrisa.

-Excelente.

Cuando los chicos y yo decidimos sentarnos en el césped frente al edificio olvidamos buscar a Dallas, o llamarlo como mínimo; aun no nos acostumbramos al nuevo integrante de nuestro club de idiotas. Hoy la profesora Grecia, de geografía –me causa gracia la relación de su nombre con su asignatura- decidió que era un buen día para tener una consulta con su ginecólogo por un presunto embarazo, o al menos eso dicen. Yo no la imagino embarazada, es más fácil imaginarla como abuela que como madre primeriza, a diferencia de la profesora Alice, ella se vería hermosa hasta con una bolsa adherida al cuerpo, una verruga velluda a su nariz y un rapado en la nuca.

-Dallas –dice Lara, tratando de llamar la atención de Dallas.

Dallas no la oye, o parece ignorarla; se pasa los dedos por el cabello y continúa hablando conmigo, como si Lara no lo hubiese nombrado, pero esta es más fuerte que el odio, e insiste en obtener su atención.

Malas lenguasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora