7 ~ Allanamiento

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El móvil estaba encima de la mesa. Los cuatro estábamos sentados alrededor. No podían haberlo perdido, me lo metieron al bolsillo a propósito. Y no sabíamos si eso era bueno o malo.

Valeria comía una manzana a mordiscos. Me dio envidia así que me levanté a por una para mí. Y cuando estaba a medio camino, el móvil sonó.

—No aparece ningún nombre —dijo Daniel, mirando la pantalla del móvil.

Asentí y contesté.

—¡Elena! ¿Estás bien?

—¿Adam?

Daniel se inclinó hacia delante para escuchar.

—Escúchame, no tengo mucho tiempo

—Pero, ¿dónde estás? —inquirí.

—Eso no importa. Necesito que busquéis algo en la casa de la antecesora. Dan sabe. Me reuniré con vosotros dentro de 28 días en el bosque a 30 km al sur de donde estáis.

Y colgó. Me quedé unos segundos con el móvil pegado a la oreja, estaba perpleja.

—No sé qué ha pasado.

—Dínos lo que te ha dicho

Les conté todo, y al terminar, Daniel se fue al segundo piso sin decir una palabra. Cuando ya iba a subir a buscarle, le vi bajando las escaleras de dos en dos, con una mochila a la espalda y un mapa en la mano.

—¿Se puede saber...? —comencé.

—Calla, ¿no querías un plan? —puso el mapa sobre la mesa y señaló un lugar con el dedo índice.

—¿Mi casa? —preguntó Valeria.

—La casa de la antecesora —corrigió Daniel. —No eres ángel por arte de magia, Val. Es algo hereditario. Ya sabes... —hizo un gesto obsceno con los brazos y las caderas. Le golpeé el hombro.

—¿Mi madre era un ángel? ¿Cómo es que no lo sabía?

—No es algo que se deba contar a la ligera. No querría acabar en el internado para locos contigo —comentó, encogiéndose de hombros. Eric se lanzó entonces sobre él, agarrándole de la camiseta.

—No seas capullo —musitó, entre dientes.

—Suficiente —zanjé. —Nos vamos ahora mismo, Eric, Val, vosotros os quedáis —me dirigí a ellos —cerrad todas las puertas en cuanto salgamos, y quedaos en el piso de arriba.

Valeria asintió, y Daniel abrió su mochila. De ella sacó una pistola, y se la ofreció.

—Por si acaso —dijo él. Ella asintió, y la cogió sin vacilar. Después se giró hacia mí y me dijo con la mirada que tuviera cuidado.

El viaje hasta la casa de Valeria se me hizo eterno. No nos dijimos nada en todo el camino, no sé si por el no saber qué decir, o por la adrenalina de la situación. Íbamos a cometer allanamiento de morada, y yo ni siquiera sabía lo que buscábamos. Tampoco pregunté. Parecía como si mi cabeza hubiera llegado a un límite de información, y no quisiera abarcar más, y me dolía como si me hubiesen golpeado con un bate.

Me rugieron las tripas, no había comido. Daniel me miró riéndose.

— Si vamos a entrar a robar, será mejor que eso no gruña.

— ¡No vamos a robar! — Por la entonación se acercó más a una suplica que a una afirmación.

Él no respondió, y buscó en la guantera, pasando su brazo derecho descaradamente por encima de mi pierna. Quise quejarme, pero no lo hice. Finalmente me tendió una barrita energética, y me miró con expresión de inocencia.

— Ya te estaba engordando mucho el culo — se encogió de hombros, soltó una risotada y salió del coche. No pude contestarle, porque ya estaba masticando. En su lugar le hice una peineta, que no vio porque estaba ya cogiendo la mochila del asiento de atrás. Me metí el último pedazo de barrita a la boca , y tras comprobar que no me estaba mirando, cogí con los dedos las migajas que habían quedado en el envoltorio. Tenía mucho hambre.

Daniel me hizo señas cuando salí del coche, indicándome que le siguiera a la parte de atrás de la casa. Era muy grande, tenía tres plantas, un porche precioso decorado de una forma muy natural con plantas que trepaban por sus barrotes. El jardín estaba en perfecto estado, recién cortado, lo que quería decir que, o alguien se ocupaba de ella, o tenía nuevo inquilino. Una vez rodeada toda la casa, descubrimos una gran piscina, cuyo agua estaba limpia y cristalina.

Daniel se pegó a la pared, y se asomó a la ventana de lo que parecía la cocina.

— ¿No decías que no habría nadie? —susurré.

— Nunca dije que estuviera completamente seguro

— ¿Y por eso dejas tu gran coche negro, nada llamativo, en la puerta?

Me miró y sonrió.

— Me gusta el peligro

No me dio tiempo ni a procesar su respuesta, él ya estaba caminando hacia la puerta de atrás.

— Esto tiene pinta de tener alarma

Empezó a trabajar en la cerradura con dos pequeños objetos punzantes que sacó de su mochila.

— Entonces más nos vale ser rápidos

— ¿Qué?

Ya había abierto la puerta. Entró y alzó su mano para que no me moviera. Tampoco hubiera podido moverme, me temblaban las piernas. Se quedó inmóvil unos segundos, pero nada ocurrió. Así que entramos.

La puerta daba a un pequeño descansillo con tres puertas, una de ellas cerrada. De repente recordé que no sabía lo que había que buscar.

— Oye, Dan...

Daniel me mandó callar, y se giró a la puerta cerrada. Intentó abrirla en vano y volvió a sacar sus utensilios. Mientras enredaba en la cerradura, me dirigí al salón. Era un salón enorme, con una gran biblioteca, una mesa de escritorio llena de carpetas y papeles sin ordenar, un sofá y una gran televisión de plasma en la pared. Sin embargo, lo que más me llamó la atención, fue un cuadro que colgaba justo al lado del escritorio. En él, aparecía un ángel, una mujer con un bebé en brazos, el cual protegía con sus alas. Estaba envuelto en una manta de color lila, y solo asomaba su rostro. Me acerqué para intentar reconocer las caras, y entonces Daniel me llamó.

— Algo va mal — dijo, cuando estuve a su lado. La puerta seguía cerrada. Sacó un arma de su mochila. Le agarré del brazo.

— ¿Pero cuántas de esas tienes?

No respondió, apuntó hacia el pomo...

— ¡¿Estás loco?!

Y disparó. Dios, sí que lo estaba. Estaba con un psicópata. La puerta se abrió con un chirrido, y entró casi corriendo. La estancia era un despacho, con dibujos colgados en la pared, dibujos que no reconocía, y una pequeña estantería al fondo, que fue donde se dirigió Daniel. ¿Había algo más raro que un despacho sin muebles? Una estantería con un montón de libros, todos de color negro, exactamente iguales. Daniel golpeó la pared con su mano (tras lo cual juraría haber visto un destello), y uno de los libros cayó. y con él, llegaron las sirenas. Y sonaban muy cerca.

— ¡Mierda! —dijimos al mismo tiempo. Nos giramos para salir del despacho, corrimos hacia la puerta de entrada, pero la policía ya estaba en la misma calle, se veían las luces cada vez más cerca.

— Por atrás — me cogió del brazo y me guió. Si nos dabamos prisa, quizá podíamos perderlos de vista entre el resto de casas que rodeaban la zona.

Pero al salir por la puerta de atrás, algo nos golpeó. Caí al suelo, y lo último que vi fue a Daniel tendido a mi lado.

Un Alma Inmortal #PGP2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora