8 ~ Traición

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Un grito me despertó. Hacía mucho frío. Cuando me miré el cuerpo descubrí la razón, solo llevaba puesto un camisón. Mis pies descalzos estaban pálidos, y casi no los notaba. Masajeé sus dedos para que volviera a correr la sangre, y miré a mi alrededor. Estaba encerrada en una habitación cuadrada, bastante pequeña, con solo un banco de piedra y una letrina en la esquina izquierda. Ante mí, unas rejas de hierro oxidado se alzaban separándome de un pasillo, y al otro lado, una celda exactamente igual a la mía. 

Entonces me acordé de Daniel. Y por una vez, le quería cerca. 

Un pequeño agujero a mi derecha, poco más grande que mi mano, dejaba entrar algo de luz solar. Tenía que salir de allí, tenía que volver con Valeria. Me levanté y me lancé a las rejas, las golpeé y grité. 

— ¿A qué viene tanto ruido? — me llegó una voz desde la oscuridad de la celda de enfrente. 

No respondí, me quedé ahí quieta, agarrada a los barrotes.  Entonces algo se movió enfrente de mí, y al darle la luz de mi celda le pude ver la cara. Era un hombre, y no tenía muy buen aspecto. 

— Me llamo Elena. 

— Yo soy Diego. 

  — ¿Cuánto llevas aquí? 

— Más que tú, me temo — suspiró. — No te preocupes, no hacen nada, solo matarnos de hambre y sed.

— Saldremos de aquí— aseguré, aunque no sabía ni cómo, ni cuando. — Daniel vendrá. 

El hombre no respondió. Yo tampoco me lo creía del todo. Entonces unos pasos se acercron por el pasillo, por las pisadas supe que eran varias personas. Se pusieron ante mi celda, y yo retrocedí hasta la pared. Todos iban de negro. 

Abrieron la puerta, y uno de ellos entró con paso firme. 

  — Dejadla en paz, malditos — gruñó Diego. Uno de los que se habían quedado atrás, golpeó su celda con lo que parecía un bate, y le mandó callar. 

Entonces entró otro más, y cuando alcé la mirada, la crucé con la de Daniel. 

  — Daniel — dije, tocando su brazo. Él se zafó de mala gana. 

— Ella sabe dónde está, os iba a llevar a donde estaba el ángel, pero la policía nos hizo cambiar de plan  — relató.  

  — ¿Que estás haciendo?

— Seguir mi plan 

Yo no daba crédito a lo que estaba oyendo. Había confiado en él, aunque apenas me había dado razones para hacerlo. Había convivido con uno de ellos durante casi un mes, incluso había pensado que podía llegar a crearse una amistad. Tonta de mí. Quería que Valeria estuviera segura a toda costa, y yo misma la había puesto en peligro. 

La impotencia me invadió por dentro de una forma que me dolió. Y lo descargué de la única forma que se me ocurrió. 

Le pegué un puñetazo en la cara. 

Me dolió más a mí, seguramente. Pero me hizo sentir genial. 

  — ¡Eres un cerdo! ¿Lo sabías? Un egoísta de mierda. ¿No te importa nada Val?

— No — respondió, sin inmutarse. Dirigí mi puño de nuevo hacia él, pero esta vez lo interceptó sin esfuerzo. No era ningún secreto que me faltaba fuerza. — Todo esto te queda muy grande. Solo llévales hasta ella, y no te pasará nada. 

Le escupí.

— Prefiero morir. 

Daniel negó con la cabeza y se dio la vuelta. Tras él fueron los demás, cerrando el último mi celda de nuevo. Los pasos se alejaron por el pasillo. A lo lejos se oyó una puerta cerrarse, y los pasos cesaron.  

Entonces encerré la cara en mis manos y lloré en silencio. Ahora sí que estaba sola. Y no tenía ni idea de qué hacer a continuación. Recordé el frió, y me encogí, abrazándome a mí misma, mientras veía la luz del sol volverse anaranjada. 

  — Ya no se puede confiar en nadie — dijo Diego, con voz triste. 

No contesté, apoyé la cabeza contra la pared y cerré los ojos. 

La luz del sol me despertó al día siguiente. Había dormido fatal, pero me notaba distinta. Estaba tumbada en el suelo, tapada con una gruesa manta. Pero no recordaba que nadie me la hubiera dado. Alguien debió taparme por la noche. 

Me levanté y me estiré antes de acercarme a los barrotes para llamar a Diego. 

— No, yo no vi a nadie. No se ve nada de día, literalmente, como para ver algo de noche — contestó, medio dormido. 

Noté su mal humor y decidí dejarle en paz. Volví a mi rincón y me senté encima de la manta. Me apreté el estómago, no había comido nada desde hacía casi un día, y lo último que comí fue una barrita energética. Entonces eché de menos la manzana que estuve a punto de comerme antes de que Adam llamara. 

Ojalá Adam estuviera aquí. 

Ojalá Daniel... 

Me negué a pensar en ello, y miré hacia la luz que entraba por el agujero. 

Pasaron muchas horas. Las horas más largas de mi vida. Había repasado mentalmente todas las canciones que conocía, todas las historias de las que me acordaba, todos mis cumpleaños. La sed había ganado al hambre, y empezaba a notar los labios secos. Diego no había vuelto a decir una palabra, y nadie había vuelto a pasar por allí. 

A lo lejos, una puerta se abrió. No hizo mucho ruido, pero sí el suficiente para retumbar en medio de todo el silencio. No escuché los pasos, pero vi su sombra. Alguien estaba abriendo mi celda, pero no usaba la llave. Y el ruido que hacía me resultaba familiar. 

— ¿Te ha gustado mi regalo? — preguntó Daniel, agachándose a mi lado. Antes de que pudiera responder, me tendió una botella — Te va a encantar este. 

Bebí sin pensármelo dos veces. El agua fresca descendió por mi garganta aliviándome a cada sorbo, y cayó por las comisuras de mis labios debido a la desesperación por querer beber más y más rápido. Pero cuando quedaba ya solo media botella, me frené. 

— A él — susurré, mirando hacia la celda de Diego. 

Daniel me miró unos instantes, y finalmente accedió. Cogió la botella y la hizo rodar por el suelo hasta llegar a la celda de enfrente. En seguida, Diego sacó su huesuda mano y alcanzó la botella. Medio segundo después, escuché como bebía.

— Tengo algo más — sacó de su bolsillo un bocadillo y lo partió a la mitad. Me dio una parte a mí, y la otra se la acercó a Diego. Y mientras estaba de espaldas, me puse de pie de un salto y salí corriendo. 

— ¡No! — susurró Daniel, yendo tras de mí. 

Cuando estaba llegando al final del pasillo, recordé la puerta, y lo que podría haber al otro lado. Así que tuve que parar. Daniel me alcanzó a los dos segundos y me metió en una celda vacía que había a la derecha de la puerta. 

Y entonces la puerta se abrió. 

Daniel me tenía inmovilizada bajo él, con su mano estaba tapando mi boca. Miró hacia atrás. Las sombras habían pasado de largo. Se volvió para mirarme, y me suplicó con la mirada que no hiciera nada. 

Pero yo no podía fiarme de él.  

Un Alma Inmortal #PGP2017Donde viven las historias. Descúbrelo ahora