6. Monstruo

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«—Espera —dijo el líder del Clan del Trueno, rozando afectuosamente a su hija en el lomo con la punta de la cola—. Iremos todos juntos y estaremos atentos por si hay problemas. Quizá éste sea el lugar que nuestros antepasados querían que encontráramos, pero dudo mucho que también quisieran que nos dejáramos el sentido común en el bosque.»

Los Gatos Guerreros. La Nueva Profecía IV: Luz Estelar de Erin Hunter

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I

Osaka, 2001.

—¿Una vida desdichada?

De apenas trece, Harkness asintió. La culpa ralentizó un gesto tan sencillo, como si quien hubiera concebido una vida amarga y despiadada para el infante de un año que dormía en la habitación contigua del departamento, hubiera sido ella. Sabía que estaba limitada a ver las tramas ya trenzadas del destino, y a sentir las hebras calientes y frías, tornasol, mate y neón, ásperas, elásticas y suaves, que podía alterarlas y reencausarlas —no crearlas ni deshacerlas—; y aun así la responsabilidad de los colores negros, azules, grises y rojizos que se enmarañaban en el niño, la agobiaba.

—Sí —se encogió de hombros, intimidada por la preocupación del hombre de cabello rojizo y rizado—. Vi en sus hilos que no tendrá una vida fácil, y creí —suplicó a Rothfuss— que usted podría ayudarlo —adelantó un paso—, como hizo conmigo.

El agente estiró su mano y revolvió su cabello, en una disculpa que enseguida reafirmó.

—Lo siento. Tú eres un caso especial, Deborah. A ti pudimos ayudarte porque eras el artífice de tus problemas al no controlar tu habilidad —su tristeza atravesó la pared que los separaba del pequeño, a salvo, de momento, de las calamidades que lo asechaban—. Modificar el destino es distinto. Nadie en la CIP tiene esa habilidad.

No era verdad. La negativa, el develamiento de su más grande secreto, lo hizo en su silencio, y en el grito de sus ojos pintados de bosque de bambú que colocaban en la mesa un brote de fe y confianza, jugados a favor de un chiquillo que encontraron tirado junto a un canal.

—¿Puedes alterar...? —preguntó Rothfuss descifrando su mutismo, quedándose sin aliento.

Dudó e inspiró hondo.

—No sólo puedo ver las hebras que construyen el destino —la garganta se le secó. Siempre lo había sospechado, que su habilidad no se limitaba a ver. Apenas, con el entrenamiento bajo la tutela de la CIP, comprendió su verdadero alcance—. Puedo moverlas... —frunció el ceño.

"Mover" no era la acción correcta. Se tomó un tiempo para dar con una más indicada. Pensó en la posición que sus dedos adoptaban al activar All Souls. Encontró lo que buscaba y reformuló.

—Puedo tejer las hebras que componen un destino y preparar un camino distinto, no asegurarlo.

—¿Podrías hacerlo con el niño?

Harkness negó.

—No es tan sencillo. Para hacer una alteración de esa magnitud tendría —se miró los índices y pulgares, sopesando una opción barajeada en las últimas semanas. Una posibilidad que aún no había tenido la ocasión o el coraje de comprobar, por el riesgo que conllevaba—...

¿Valdría la pena arriesgarse?, ¡¿y si fallaba?!

Las heladas calles de Gran Bretaña se materializaron en sus memorias. El fantasma del hambre encogiendo su estómago a tirones del amanecer al anochecer, y del sabor de las migajas mohosas de pan, hicieron tiritar su labio inferior por la impotencia del pasado. La sensación de ser invisible en una ciudad inmensa. El miedo. La desolación y el coraje de tocar hilos de miles de colores que nadie más parecía ver, y que le proveían un destello de fortuna y un balde helado de mala suerte. Rothfuss y la CIP cambiaron su infortunio convirtiéndose en su familia, la enseñaron a respetar el destino, y ese calor, esa dicha tras el infierno, quería compartirlas con aquel niño. Ambos sufrían penas similares, padres que no los amaron y los abandonaron.

Insane DreamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora