Capítulo 12.- Brujería y pronta venganza.

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Entretanto, Trumpkin y los dos niños y Lia llegaron a la pequeña y oscura arcada de piedra que conducía al interior del Montículo; dos tejones centinelas (Edmund sólo distinguía las manchas blancas de sus mejillas) se levantaron de un salto mostrando los dientes y preguntaron con sus voces gruñonas: "¿Quién va?".

—Trumpkin —contestó el Enano—. Traigo al gran Rey de Narnia desde el remoto pasado.

Los tejones olfatearon las manos de los niños.

—Por fin —dijeron—, por fin.

—Dennos una luz, amigos —pidió Trumpkin.

Los tejones encontraron una antorcha en el arco y Lia la encendió y la pasó a Trumpkin.

—Mejor será que nos guíe el Q.A. —dijo—. No conocemos el camino acá adentro.

Trumpkin tomó la antorcha y se adelantó, penetrando en el oscuro túnel. Era un lugar muy frío y sombrío, que olía a humedad y donde cruzaban de repente algunos murciélagos revoloteando a la luz de la antorcha; estaba todo lleno de telarañas. Los niños, que habían permanecido al aire libre desde esa mañana en la estación de ferrocarril, tuvieron la sensación de entrar en una trampa, o en una prisión. Lia se aferraba con fuerza a la mano de Peter.

—¡Caramba! —exclamó Edmund—. Mira, Peter, esos grabados en las paredes. ¿No te parecen muy antiguos? Y pensar que nosotros somos más antiguos que ellos. No existían cuando estuvimos acá la última vez.

—Así es —murmuró Peter—. Y da mucho que pensar.

El Enano continuó su marcha, doblando hacia la derecha y luego hacia la izquierda, bajó algunos escalones, y luego a la izquierda de nuevo. Por fin, vieron una luz al frente, por debajo de una puerta. Y por primera vez oyeron voces; estaban ante la puerta de la sala principal. Alguien hablaba tan fuerte que nadie escuchó los pasos de los niños y el Enano.

—Esto no me gusta nada —murmuró Trumpkin, dirigiéndose a Peter—. Escuchemos un momento.

Los cuatro se quedaron muy quietos ante la puerta.

—Ustedes saben muy bien —decía una voz ("Es el Rey", susurró Trumpkin)— por qué no se hizo sonar el Cuerno al amanecer de aquella mañana. ¿Han olvidado que Miraz cayó sobre nosotros un poco antes de que Trumpkin partiera, y que luchamos por salvar nuestras vidas durante tres horas o más? Lo hice sonar en cuanto tuve un respiro.

—Cómo podría olvidarlo —se escuchó la voz iracunda—, si mis Enanos llevaron el peso del ataque y uno de cada cinco de ellos cayó. ("Ese es Nikabrik",murmuró Trumpkin).

—Qué vergüenza, Enano —surgió una voz apagada ("Cazatrufas", dijo Trumpkin)—. Todos luchamos tanto como tus Enanos, y nadie superó al Rey.

—Cuenta tu historia como quieras, a mí me es indiferente —respondió Nikabrik—. Pero ya sea que soplaron el Cuerno demasiado tarde, o que no tiene ninguna magia, hasta ahora no ha llegado la ayuda. Y tú, tú el gran letrado, tú el experto en magia, tú el sabelotodo, ¿todavía pretendes que pongamos nuestras esperanzas en Aslan y en el Rey Pedro y todos los demás?

—Debo confesar, no lo puedo negar, que estoy profundamente desilusionado con el resultado de nuestra maniobra —fue la respuesta. ("Es el maestro Cornelius", dijo Trumpkin).

—Para hablar claro —continuó Nikabrik—, tu morral está vacío, tus huevos podridos, tus peces sin pescar, tus promesas rotas. Hazte a un lado, entonces, y deja el trabajo a los demás. Y es por eso...

Las Crónicas de Narnia II El Príncipe Caspian(Peter Pevensie)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora