Capítulo 8.- Como salieron de la isla

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—Y así fue —dijo Trumpkin (porque ustedes ya habrán comprendido que era él quien narraba su historia a los cinco niños, sentados en el pasto en medio de las ruinas del salón de Cair Paravel)—. Y así fue que puse dos pedazos de pan en mi bolsillo, dejé todas mis armas, guardándome sólo el puñal, y me interné en los bosques con las primeras luces del alba. Había caminado rápido por varias horas
cuando oí un sonido como no lo había escuchado en toda mi vida. ¡Ah, nunca lo olvidaré! El aire se llenó de él, fuerte como un trueno pero mucho más sostenido, y fresco y dulce como la música sobre el agua, mas tan potente que hacía temblar los
bosques. Y me dije: "Si eso no es el Cuerno, que me convierta en conejo". Y me pregunté por qué no lo habían soplado antes...

—¿A qué hora fue? —preguntó Edmund.

—Entre las nueve y las diez de la mañana —respondió Trumpkin.

—¡Justo cuando estábamos en la estación! —exclamaron los niños al unísono, y se miraron con los ojos brillantes.

—Continúa, por favor —pidió Lia al Enano.

—Bueno, como iba diciendo, me sorprendí, pero seguí como quien oye llover. Caminé toda la noche y entonces, cuando apenas amanecía esta mañana, como si no tuviera más juicio que un gigante, me arriesgué a tomar un atajo a campo abierto
para acortar camino y evitar el largo rodeo que hace el río y allí me agarraron. No fue el ejército, sino un tonto viejo y pomposo que está a cargo del pequeño castillo que Miraz tiene como su última fortaleza en la ruta hacia la costa. No necesito decirles que no me sacaron ni una palabra de la verdad, pero como yo era un Enano, eso bastaba. Sin embargo, ¡langostas y limones! fue una suerte que el senescal fuera
ese tonto pomposo. Cualquiera otro me hubiera atravesado con su espada en ese mismo momento y lugar. Pero lo más importante para él, a excepción de una solemne ejecución, era lanzarme a "los fantasmas" con todo el ceremonial del caso. Y entonces esta señorita (y saludó a Susan) puso en práctica su habilidad con el arco —fue un muy buen tiro, debo reconocerlo— y aquí estoy. Sin mi armadura, por supuesto, pues ellos me la quitaron.

El Enano dio unos golpecitos a su pipa y la llenó de tabaco.

-¡No me embromen! —exclamó Peter—. Así que fue el cuerno, tu propio
cuerno, Su, el que nos sacó ayer en la mañana de aquel banco en el andén. Apenas lo puedo creer, aunque todo está muy claro.

—No sé por qué no lo puedes creer —dijo Lia—, si crees en la magia. ¿No
hay miles de cuentos en que la magia puede trasladar personas de un lugar a otro, o de un mundo a otro? Por ejemplo, cuando un mago en Las Mil y una Noches invoca a un Genio, éste tiene que acudir. Nosotros teníamos que venir, eso es todo.

—Sí —asintió Peter—, supongo que lo que lo hace parecer tan raro es que en   los cuentos siempre es alguien de nuestro mundo el que invoca. En realidad, uno no se preocupa por saber de dónde viene el Genio.

—Ahora sabemos cómo se siente un Genio —dijo Edmund, con una risa
ahogada—. ¡Por la flauta! Es un poco molesto que a uno lo llamen con un simple silbido. Es peor que lo que papá dice acerca de vivir como esclavo del teléfono.

—Pero queremos estar aquí, ¿no es cierto? —agregó Lucy—, por si Aslan nos necesita.

—Entretanto —dijo el Enano—, ¿qué vamos a hacer? Creo que será mejor que yo vuelva al lado del Rey Caspian y le diga que no llegó ninguna ayuda.

—¿Ninguna ayuda? —preguntó Susan—. Pero por supuesto que llegó ¡y aquí estamos!

—E... e... sí, claro. Ya veo —tartamudeó el Enano, cuya pipa parecía estar tapada (por lo menos se afanó mucho en limpiarla)—. Pero... bueno... quiero decir...

Las Crónicas de Narnia II El Príncipe Caspian(Peter Pevensie)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora