Introduccion (3)

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Inevitablemente, el marinero se vuelve loco, y despierta en un hospital de San Francisco. Pero “cuando la Luna está en cuarto creciente o menguante... veo la cosa”. Ahora está subiendo pesadamente las escaleras. “No me encontrará. ¡Dios mío, esa mano! ¡La ventana! ¡La ventana!”. La idea de un hombre que va a ser devorado vivo garabateada en una hoja de papel es absurda. La esencia de la narración reside precisamente en la escena del hombre estando de pie en la fangosa isla, contemplando el monumento a la luz de la Luna y viendo entonces algo “enorme, repugnante y parecido a Polifemo” saliendo del mar. Pero, como un joyero poco hábil, ha montado esta visión sobre un engaste pobre y de poca calidad.

Lo cual nos lleva a un punto importante: muchas de sus más interesantes “visiones” provenían de sueños. August Derleth ha compendiado en un volumen fascinante los sueños de Lovecraft, extraídos de sus cartas, y de los relatos basados en ellos(4). Y las cartas esclarecen que, por alguna extraña razón, Lovecraft tuvo una pesadilla cada noche de su vida. Describe por ejemplo, un sueño en el cual iba a un cementerio con su amigo Samuel Loveman y también cómo levantaban la losa de un sepulcro; cómo Loveman descendía a una cámara subterránea dejando a Lovecraft esperando en el otro extremo de una línea telefónica. Entonces, Loveman ve algo horripilante, y dice: “Por el amor de Dios, todo ha terminado, lárgate...”. Y cuando Lovecraft llama a la tumba diciendo: “Loveman, ¿estás ahí?”, una voz gutural y hueca le responde: “Imbécil! ¡Loveman está muerto!”. El sueño está “relatado” (y estropeado con adjetivos) en The Statement of Randolph Carter (“Y entonces vino hacia mí el supremo horror, la increíble, impensable, casi inmencionable cosa...”).

Un psicólogo podría considerar que la mente subconsciente de Lovecraft le estaba proveyendo profusamente de temas para que los escribiese. Se hallaba viviendo en unas aguas culturales estancadas, manteniendo correspondencia con varios escritores de revistas de ficción de poca categoría que eran incluso menos sofisticados que él, mimado por su madre o sus dos tías y padeciendo dolores de cabeza y apatía. Debía permanecer infinitamente lejos de los lugares en los que le habría gustado estar, como Grecia, Italia o Egipto, y de los escritores que admiraba. Se daba cuenta del abismo que había entre 
Weird Tales y la labor de los grandes maestros europeos. Sobre todo, no hay duda de que era uno de los miembros del 5 por ciento dominante. Hubiera disfrutado mezclándose con otros como él. Si el destino le hubiese sido propicio habría nacido con suficiente dinero para poder vivir en Londres o Roma y mezclarse con sus iguales. Se hubiera sentido a sus anchas comiendo con Ronald Firbank en el Café Royal o bebiendo vino con Norman Douglas en Capri. Pero era el hijo de un viajante de comercio, no como Henry James, que era nieto de un millonario (incluso cuando murió, su capital no llegaba a 20.000 dólares). Le gustase o no, estaba pegado al monótono y más bien mediocre lugar en que había nacido: el distrito College Hill de Providence. Y aceptaba este sentimiento de privaciones y aburrimiento:

“Los libros son cosas muy endebles. Ni Vd. ni yo, con todos los clásicos que hemos leído, disfrutamos de la centésima parte de Grecia y Roma de lo que disfruta el millonario cuyos yate y coche le permiten vagabundear bajo los cielos mediterráneos... “

(14 de febrero de 1924).

“¡Nunca pasa nada! Quizá este es el motivo de que mi fantasía salga a explorar extraños y terribles mundos... Mi vida cotidiana es una especie de letargo desdeñoso, desprovisto por igual de virtudes y de vicios. No soy de este mundo, sino un espectador de él, divertido y algunas veces disgustado. Detesto la raza humana, sus apariencias y concupiscencias. Para mí, la vida es un arte delicado... aunque creo que el universo es un caos sin sentido desprovisto de valores últimos...”

(3 de febrero de 1924).

Está atrapado en un mundo que detesta. Quizá hubiera debido trasladarse a otro lugar, pero no pudo vencer su letargo. Su experiencia de vivir en otra ciudad, Nueva York, fue tan frustrante que finalmente destruyó su ilusión de escapar de Providence. Resulta sorprendente que no intentara suicidarse como su amigo Robert Howard, el creador de Conan el Guerrero. Pero tenía un poderoso aliado: su mente subconsciente. Lo cual nos remite a Machen y a lo que sucedió en aquella tarde del año 1899. Machen siempre rechazó entrar en detalles sobre la experiencia. Nuestras únicas pistas parecen ser sus dos afirmaciones contradictorias sobre la hipnosis. Pero esto, por lo menos, elimina la posibilidad de que Machen realizara cualquier forma de ritual mágico, quizá alguna invocación al demonio. Cuando dice que no era hipnotismo, quiere significar que no se trataba de un sueño o alucinación. Además, comunica a su amigo Munson Havens:

El Necronomicon - El Libro de los Nombres MuertosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora