CUATRO

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[1926]

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[1926]

Alan corría a todo pulmón. No porque iba tarde a alguna clase del señor Collins ni mucho menos por encontrarse en sus entrenamientos de atletismo; corría porque Billy y sus compinches lo perseguían y no con buenas intenciones.

Christopher le había asegurado que las clases de atletismo le ayudarían a evitarlos, pero estaba muy equivocado. Alan aún era débil y Billy lo tomó rápidamente del saco azul marino, tirándolo al suelo. Profirió una risa burlona e hizo que sus amigos lo cargaran hasta un salón vacío, donde nadie tomaba clases.

Alan chillaba, pataleaba, gritaba... Todo era inútil. Eran más fuertes, y él muy apenas tenía el peso indicado para un chico de su edad y complexión. Los números surgieron en su cabeza con rapidez, mostrándole que no tenía ninguna probabilidad de salir ileso de aquello.

Mucho menos cuando Billy empezó a levantar las tablas de madera del suelo, revelando el pequeño vacío entre aquel espacio y la tierra.

—¡Turing va a desaparecer!—exclamó riendo, antes de darle un empujón al agujero.

Alan intentó escapar, mas las tablas regresaron con rapidez a su lugar, encerrándolo. Mientras luchaba, el eco provocado por un martillo le puso los nervios de punta. ¿Billy de verdad era capaz de dejarlo allí? ¡Si lo único que había hecho para molestarlo era separar las zanahorias de los guisantes, algo bastante normal y entendible! ¡El naranja no debía ir con el verde! Todo tenía un orden, como en un problema, primero los datos, las formulas...

Empezaron a brincar encima de las tablas que lo cubrían. Alan no dejó de gritar, ahora llorando igual. Su voz se ahogaba entre lágrimas junto con el aire que empezaba a faltarle.

Entonces se obligó a tranquilizarse, aunque le costó mucho. Tomó un gran respiro y se quedó quieto, tragándose los sollozos que se moría por dejar ir.

A las personas les gustaba la violencia porque los hacía sentir vivos. Sin la satisfacción de ver el dolor en su víctima... Ellos lo liberarían, seguramente, al darse cuenta de que ya no lo afectaban. Sus insultos, sus golpes...

—¿Turing?—escuchó a Billy, algo preocupado—. ¿Sigues vivo?

—Eso qué importa—dijo otro—. Dejémoslo ahí, no le hará falta a nadie.

Arrastraron algo, y luego Alan sintió un peso caer encima de la madera que tenía sobre él. Un mueble quizás.

—Extrañaré burlarme de él, lo admito—Billy insistió—. Pero, ¿no creen que...?

—Vamos Billy, ¡esta fue tu idea! No seas un marica.

Las voces se alejaron, haciéndose cada vez más nítidas, hasta que Alan dejó de escucharlas por completo.

No supo cuánto tiempo permaneció ahí, recostado en medio de la oscuridad, contando sus respiraciones. Una hora, tal vez dos. Llevaba la cuenta en cinco mil setecientos diecinueve respiraciones cuando otros pasos se hicieron presentes y luego la presión encima de él se esfumó, siendo reemplaza por el sonido de un martillo, quitando los clavos que lo aprisionaban.

La primera tabla fue retirada, y el rostro consternado de Christopher fue la primer luz que presenció después de la oscuridad.

—¡Alan!—lo llamó, y se apresuró a sacarlo por completo de ahí. —Me tenías tan preocupado cuando no te apareciste después del incidente en el almuerzo...

Christopher se refería a lo de las zanahorias y los guisantes. Billy le había tirado su almuerzo en la cabeza tras ver su peculiar organización.

—No debía hacerlo—decía Alan mientras caminaban por uno de los pasillos, sacudiéndose el pantalón blanco de su uniforme, en vano—. Pero esas zanahorias...

—Son unos salvajes-lo interrumpió Christopher—. Cada día lo son más.

—Sólo me molestan porque soy más inteligente—dijo Alan.

Christopher negó.

—Te molestan porque eres diferente.

—Mamá dice que soy un caso especial...

—Sabes Alan—le dijo—, en ocasiones son las personas de las que nadie se imagina nada las que hacen las cosas que nadie imagina.

Alan sonrió.

Y Christopher sonrió igual. A él.

Sleep AloneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora