CINCO

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[1927]

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[1927]

Lo único que salvó aquel primer año de Alan en Sherborne de no ser una desgracia, fue la constante presencia de Christopher a su lado.

Christopher, a pesar de ser dos años mayor que él, aprovechaba sus descansos y los momentos en que no lo tenían haciendo sus montones de tareas (Alan también tenía mucha de ella, por supuesto, pero eso apenas representaba un reto para él) para pasar tiempo juntos. Además, ambos compartían matemáticas porque Alan había adelantado los cursos en un examen de colocación inicial.

Aunque ese infierno era regido por el diablo Collins, generalmente tener su presencia cerca de él ya lo hacía sentir más tranquilo.

Aquí y allá se veían los chicos acarreando sus baúles, ansiosos de pasar las vacaciones de verano en casa, alejados de aquella prisión a la que denominaban internado.

Alan también se iría, al igual que durante las vacaciones de Navidad y de Semana Santa.

—Christopher, puedo-do ayudarte—murmuró, avergonzado de ver como el muchacho llevaba a rastras su baúl y el propio.

Christopher se detuvo, tomó una gran bocanada de aire y negó.

—¿Qué cargas en esta cosa, Alan Turing?—inquirió con una de sus usuales sonrisillas cortas. —¿Me dirás qué te has robado media biblioteca?

Alan se apresuró a negar.

—¡He pagado por ellos, lo juro!—exclamó—. Y yo, siento tanto que tengas que... Oh, vamos, déjame ayudarte.

Unas cuantas sudor de sudor adherian ya el cabello de Christopher a su frente, pero continuó negando.

—Te lastimarás, es muy pesado—dijo—. No quiero que te lastimes.

A Alan le fue inevitable sonreír, a pesar de que se había sonrojado totalmente por aquel comentario.

Él era débil, lo sabía. Christopher lo sabía. El resto de sus compañeros lo sabía. Su familia lo sabía.

Aquello lo desanimó.

Christopher soltó un suspiro de alivio al sacar ambos baúles al patio principal.

—Sabes, ahora que lo pienso, hubiese sido más sencillo traer un baúl primero y luego el otro.

Alan soltó una pequeña risa. Christopher la compartió.

A lo lejos, divisó a su madre y a su padre. Lo saludaron.

—Tengo que irme—murmuró, dolido por lo que vendría a continuación. Hizo una mueca.

Christopher lo palmeó en la espalda.

—Te veré en un mes, mi querido amigo.

Y ese mes, para Alan, fue una eternidad.

Sleep AloneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora