DOCE

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[1928]

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[1928]

Durante la clase de francés, el discurso de la profesora Raincomprix empezaba a aburrir a Alan al punto que sus ojos se cerraban ante la enseñanza de tal idioma, el cual, no tenía interés en aprender.

Christopher, quien se sentaba a su lado, estiró el brazo. Pronto, un pequeño papel apareció encima del banco de Alan.

Le lanzó una mirada confusa. ¿Qué esperaba que hiciera con ese papel arrugado?

Christopher apretó los labios, sofocando una risa. Hizo un extraño movimiento de manos... Como si abriese algo. Alan captó el mensaje.

Cuidándose de la profesora Raincomprix —y agradeciendo no estar en los primeros puestos durante esa clase—, desdobló la hoja, encontrando dos líneas que atravesaban a otras, de manera perpendicular.

Volvió a mirar a Christopher, con una ceja alzada y una media sonrisa.

¿En verdad le estaba proponiendo que jugasen al gato?

Su amigo había tomado ya el primer turno, poniendo un círculo en el cuadro central.

Alan, sonriendo aún, colocó una cruz en el cuadro continuo.

Alan ganó la primera partida. Christopher la segunda. Y mientras se encontraban en medio de la tercera, la figura de la profesora Raincomprix hizo que Alan levantase los ojos de su pupitre.

—Esperaba más atención de su parte, señor Turing—la forma en que pronunció su nombre, con esa r atorada en la garganta... Quizás por eso a Alan no le gustaba el francés. La profesora hablaba como si llevase un hueso de pollo sin digerir—. ¿Qué tiene ahí en las manos?

Alan se aferró al papel en un inútil intento de mantenerlo secreto. Inútil, cabe recalcar.

Detrás de la profesora Raincomprix, Christopher lo observaba entristecido.

—¿No está un poco grande para estos juegos, señor Turing? ¿Con quién juega durante clase?—Un par de compañeros rieron ante la mueca de la profesora—. Dedíquese a estudiar, al igual que su amigo, que debe mejorar su calificación para exentar el siguiente curso.

Al salir de la clase, Alan se disculpó con Christopher por no haber sigo capaz de ocultar el papel.

Christopher soltó una suave risa, negando.

—No tienes por qué disculparte—dijo—. Después de todo, yo he sido el alborotador.

Alan sonrió a medias.

—Tengo una idea—Christopher continuó, al notar que Alan era lo bastante sensible como para sentirse culpable por una situación así—. ¿Por qué no me cuentas de esa nueva, ingeniosa e innovadora teoría que apuesto debes tener? Estaría encantado de oír de ella durante toda la tarde, mucho más que de hacer la tarea de Raincomprix.

Y Alan me habló a Christopher de su nueva, ingeniosa e innovadora teoría. Y Alan tuvo una tarde asombrosa junto a su amigo. Aunque lo que sentía respecto a él —se encontraba muy seguro—, no eran simples sentimientos de amistad.

Sleep AloneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora