Epílogo

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Pasó todo un año desde aquel día en que Adrien y Marinette hicieron su promesa eterna, ambos eran muy felices, aunque el rubio a veces se sentía algo nervioso, pues su dulce esposa se encontraba en el tercer mes de embarazo, cada vez le tocaba más duro, debido a que a veces le agarraba a la joven sus repentinos cambios actitudinales y quería comer cualquier cosa, no le gustaba seguir su nuevo régimen alimenticio, pero el rubio evitaba a toda costa que desobedeciera.

— ¡Vamos amor! ¡Déjame comer esas papas!-renegó la chica.

— No lo haré, ¡Compraste treinta y cinco bolsas de esas! ¿Planeas comerte todo eso? No le hará bien al bebé-dijo negando con la cabeza.

— ¡Por favor! ¡Ni siquiera me dejaste comerme una!-dijo frunciendo el ceño. — Y la verdad si iba a comérmelas todas-musitó.

— Aunque tienes razón-aceptó rendida. — Debería controlar mis antojos, no le hará nada bien al bebé, tu ganas esta vez-dijo la azabache bajando la cabeza.

A pesar de que ya se encontraba en el tercer mes, todavía no se acostumbraba a su nuevo régimen, había pasado mucho que no comía algo dulce o salado, y los antojos siempre vienen, no lo podía evitar más.

— Está bien, te dejaré comer las papas, pero solo si las compartimos, el exceso podría ser malo-dijo acercándose a su esposa.

— ¡Acepto! ¡Con que solo me des una estoy bien!-dijo emocionada.

— Entonces solo te daré una-respondió divertido.

— ¡Oye! ¡Eres cruel!-dijo la azabache dándole la espalda y cruzándose de brazos.

Adrien rio por la actitud de su esposa, se acercó por detrás y pasó sus brazos por su cintura, ella se impresionó por ese acto, simplemente cerró los ojos y dejó que el moviera sus manos lentamente en su pancita, la cual ya se notaba un ligero crecimiento.

— Todavía no lo creo, que seremos padres, sin duda será un niño muy lindo.-dijo sonriendo.

— ¿Por qué estás tan seguro que será niño? ¿Y si es una niña?-preguntó molesta.

— Sí es una niña, entonces será una niña muy hermosa, desearía que tuviese tus hermosos zafiros, tan brillantes.-dijo brindándole una tierna sonrisa.

La azabache simplemente lo miró, él siempre decía cosas tan lindas en momentos inesperados, le gustaba esos detalles del rubio.

— Sea niño o niña, quisiera que tuviese tu actitud, tan valiente, decidido y fuerte, aunque a veces un poco seductor-dijo la joven riendo.

— Pero aun así me amas-dijo levantando su nariz orgullosamente.

— ¡Qué engreído resultaste ser Agreste!-comentó divertida Marinette.

El rubio frunció el ceño fingiendo enojo, quitó sus manos de su vientre, la chica se asustó creyendo que quizá se había enojado por su comentario, cuando iba a decir algo, notó que estaba en frente de ella, agachó su cabeza hasta ponerla cerca de su vientre, mientras con sus manos se sostenía y le dio un tierno beso.

— Te amo-susurró para que el bebé escuchara.

Luego se levantó regresando a su postura normal y miró a su esposa quien se encontraba petrificada.

— Les amo, a ambos-dijo mirando tiernamente a la chica.

— Adrien...-dijo Marinette casi sin voz.

Fue en eso que el rubio aprovechó y unió sus labios con los de la joven, sintiendo su sabor a fresas que siempre solía llevar y lo volvía loco, aumentó la intensidad haciendo que la chica pasara sus brazos alrededor de su cuello.

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