Mariposas negras

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-No, no puede ser, siempre el mismo sueño. ¿Qué he hecho señor para merecer esto?- dijo Ana, sin más, y siguió abrazada a su almohada hasta que quedó completamente dormida una vez más.

Todas las noches despertaba de madrugada a las tres, siempre el mismo sueño, siempre a la misma hora, siempre ese sudor frío que embadurnaba su cuerpo y la hacía estremecer de miedo.

Eran cientos de mariposas, quizás miles, todas negras. Volaban muy por encima del suelo, parecían estar tristes y Ana descalza y con un camisón ensangrentado intentaba seguirlas hacia donde iban. Sin embargo, al llegar junto a un árbol deshojado, las mariposas se diluían como un terrón de azúcar en un vaso de leche caliente, y Ana despertaba sudorosa una vez más del extraño sueño.

La noche fue intensa como todas y el sueño de Ana y el estrés del trabajo la estaban consumiendo por completo. No dormía las horas que debía dormir, en el trabajo no rendía a penas, así que decidió pedir un permiso especial y tomarse unas merecidas vacaciones.

El destino quiso que ella y su marido viajaran hacia las Rías Baixas en Galicia, que fue donde pasaron sus primeras vacaciones juntos, razón por la que amaban aquel lugar que tantos recuerdos les traía a la memoria. Se alojaron en un hotel de Cambarros junto al casco antiguo y hasta la noche todo parecía ir bien.

Como todas las noches, la maldita pesadilla la despertó embadurnada en sudor, pero esta vez el sueño era diferente. Llegando al árbol deshojado siguiendo las mariposas, vio a un extraño antes de despertar que le dijo:

-¿Te preguntas el porqué de la sangre en tu camisón?

Ana ya no logró conciliar el sueño: estuvo todo el día dándole vueltas sin encontrar respuestas a su nueva visión. Ya no podía más, aquello la estaba matando poco a poco, así que decidió pasarlo bien y salir aquella misma noche para no meterse en la cama hasta pasadas las tres a ver si había más suerte y el sueño no se repetía.

Paseó junto a su marido por el casco antiguo de Cambarros, probaron orujo de todos los sabores, en fin todo parecía ir bien hasta que pararon en un puesto de artesanía que poseía una extraña anciana que, sin más preámbulos, se dirigió a ella y le dijo:

-Te conozco de otra vida.

Ana quedó aterrorizada y, sin medir bien las palabras, le dijo a la anciana:

-Usted no me conoce de nada.

-Si te conozco, mi niña, más de lo que crees, ¿o acaso no sueñas con mariposas?

A Ana, perpleja, le dio un ataque de ansiedad descomunal e ingresó en un hospital cercano al pueblo. Su marido andaba preocupado y todos los días se pasaba por el lugar donde vieron a la anciana para encontrar respuestas, pero a la anciana parecía habérsela tragado la tierra.

La joven, pasadas 24 horas, parecía estar más restablecida del shock e incluso aquella noche no tuvo la horrible pesadilla. Todo parecía a empezar a ir un poco mejor hasta que vio entrar por la puerta de la habitación del hospital a la anciana. Confundida, Ana comenzó a gritar y a llamar a su marido, a lo cual la anciana se dirigió a ella con una extraña sonrisa.

-Jajajaja, no temas mi niña, ¿estas son las mariposas que tanto te atormentan?

Como un torbellino en el centro de la habitación, comenzaron a salir de todos lados , y una, la más grande de todas, se adentró en el cuerpo de Ana por el vientre provocándole una herida que impregnó su camisón de sangre como en el sueño.

-No temas, sanará- le dijo la anciana.

-¿Qué está pasando?-respondió Ana, asustada.

-¿De veras no lo sabes? Te lo explicaré. Formas parte de la cuarta generación de unas brujas, conocidas aquí en Galicia por todos como las .

-Pero yo no soy una bruja, ¿y mis padres? ¿Y la tierra donde nací? Yo no soy de aquí, jamás seré una bruja- dijo Ana, desconcertada, frunciendo el ceño.

-Eres la elegida. En nuestro clan ninguna somos hermanas de sangre, solo recibimos a la mariposa madre, que es la que nos elige y a ti te ha elegido. Ahora la mariposa tendrá que matar a alguien cercano a ti para consumirte como a una de nosotras.

- ¿A quién debe de matar?-Ana no salía de su asombro, estaba horrorizada.

-¿Tú a quién crees mi niña?-repuso la anciana.

-¿A mi marido? -dijo Ana sin más.

-Sí-respondió la anciana.

-Jamás lo haré, esa mariposa no se verá en el logro de quitarme lo que más quiero.

-Tú no has tomado la decisión, la tomó la madre por ti. Tu marido morirá y no podrás hacer nada por remediarlo a no ser que mueras tú, pero tendrías que matarla a ella primero y sacarla de tus entrañas y nos matarías a todas, pero... No serías capaz de eso, ¿no? Solo es un hombre y tú serías muy poderosa. Créeme, querida, todas pasamos por esto. Es duro pero es más importante poder que amor.

El marido entró por la puerta en ese preciso instante y Ana le dijo:

-¡Corre o te matará!

Él puso cara de asombro, pero no movió ni un pelo y preguntó:

-¿Qué está pasando aquí?

La mariposa quería irse del cuerpo de Ana, pero ella apretaba fuerte el vientre para que no saliera. Al final fue imposible retenerla, la mariposa se abalanzó sobre el marido y clavó sus patas en el corazón, produciéndole la muerte instantáneamente. Cuando acabó con la vida de él, se adentró de nuevo en el cuerpo de Ana y la anciana le dijo:

-¿Lo ves? Ya paso todo. Ahora serás tremendamente poderosa. Yo te enseñaré todo sobre nosotras.

A lo que Ana respondió:

-Sí, ahora nadie nos separará.

Pasaron tres largos días para la iniciación de Ana. Berta, la bruja más vieja del clan de las mariposas, preparaba un caldero con un brebaje que portaba parte de la sangre que había sido extraída del cuerpo del marido de Ana para ofrecerle el rico caldo a la madre de las mariposas por medio de un extraño ritual, que consistía en juntar la sangre de él con un poco de la de ella y ofrecérsela.

Cuando Berta se dispuso a hacer un corte en la piel de Ana para extraer un poco de su sangre, esta de un manotazo le quitó el cuchillo. La madre, asustada, quería de nuevo salir del vientre de Ana y esta, en un arrebato, le clavó el cuchillo, quitándole la vida al insecto y a sus hermanas de clan.

La maldición no se cumplió como la anciana decía, Ana no murió y cuando se liberó de la mariposa madre, vio emerger del caldero la silueta de su marido. Sí, estaba vivo. Se fundieron en un tremendo abrazo y Ana no volvió a soñar nunca más con mariposas.

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