El ritual de las sonrisas

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Se acercaba el cumpleaños de mi hermano y llegaron a mi casa muchos familiares, entre ellos, mi tío político Claudio y su hijo, mi primo Boris, mi tía había muerto hace meses y de ahí que no les veíamos. Decorando la sala de estar para el cumpleaños, me di cuenta que mi primo estaba muy raro, más de lo normal. Nunca se sentaba en la mesa a comer con la familia, pero esta vez además de eso se iba en un rincón y se sentaba en el suelo. Nadie le decía nada, supongo que nadie quería molestarlo, tenía cierto "permiso" para hacer lo que quisiera por perder a su mamá.

Los días pasaron y el día de la fiesta llegó, todos estaban en la sala celebrando, excepto mi primo por supuesto, que estaba en el baño. Pasé por el pasillo en donde estaba el baño y mi cuarto y mi primo me susurró:

-Oye ¿Quieres jugar conmigo un juego nuevo que aprendí?- Me hablaba en muy pocas ocasiones por lo que debía valer la pena.

-¿Qué juego?

- Se llama el juego de las sonrisas.

-¿Y cómo se juega?- No solo me estaba hablando, sino que me invitaba a jugar, era mi oportunidad de llevarme bien con él.

- Te cuento cuando juguemos ¿quieres jugar o no?

- Ok, está bien- Salió del baño y me agarró del brazo.

-¡Qué bien! Ven, ¡tenemos más jugadores!

Él me llevo al cuarto donde dormía con su papá, estaba mi hermana pequeña esperando.

-En este juego lo más importante es sonreír, pase lo que pase- no sabía a qué se podía referir con pase lo que pase pero le seguí el juego- háganme caso, no olviden sonreír.

Todos intentamos sonreír, para mi hermanita era muy fácil, yo en cambio me sentía muy forzada al hacerlo.

-Yo las invité a jugar así que yo soy el anfitrión, ahora voy a llamar a un amigo y deben seguir sonriendo mientras está con nosotros, si logramos que vengan tres de mis amigos sin que dejemos de sonreír, ganamos el juego. Pero si alguno deja de sonreír, perdemos y quien haya sido el culpable se lleva una penitencia.

-¿Qué penitencia?- dijo mi hermanita sin dejar de sonreír.

-Digamos que les voy a tener que enseñar como sonreír- dijo con cara malévola.

-Creo que no me está gustando tu juego, primo...

-No no no- me dijo antes que lograra pararme del suelo, apuntándome con un cuchillo- ya aceptaron mi invitación, mis amigos se pueden enojar ¿no es así?- se cerró la puerta de golpe y se apagaron las luces- Así que preparen sus sonrisas.

-Solo es un juego, Lily- miré a mi hermanita, estaba menos asustada que yo pero debía asegurarme que estuviese tranquila, sin importar los trucos raros que usara el loco de Boris.

-Ok, puedes entrar- supe que no me lo decía a mí y mucho menos a mi hermana.

Entró una luz extraña a la pieza y empezó a colarse por detrás de los muebles, nunca he creído en fantasmas pero era difícil para mí entender cómo podía mi primo estar provocando aquello, no tenía linterna o algo así cerca. Por suerte, mi hermana seguía sonriendo, encontraba casi divertida esta extraña luz, yo para nada.

-Puedes irte ahora, gracias por visitarnos- nos miró complacido- van bien, no vayan a fallar ahora.

Clavó el cuchillo al piso de madera sin dejar de sonreír, por supuesto. Su respiración se agitó y sus manos tiritaban. Logró calmarse y dijo:

-Ven a saludarnos, os ruego, mi señora- dijo al aire, pero no pasaba nada- no suelten la sonrisa, ya saben- nos susurró, juraría que esta vez le vi algo asustado.

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