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Sentí como el miedo me envolvía mientras entraba dentro del gran palacio. Los guardias, firmemente detrás de mí, caminaban a unísono haciendo temblar el suelo. Cada vez tenía menos ganas de entrar dentro del gran edificio color coral y salmón. La-mujer-pelo-lila-rarita me tenía bien cogida de la ropa, como si no se diese cuenta de que tenia a dos guardias medio-arrastrandome.
Caminamos silenciosamente por pasillos con alfombras rojas, escaleras echas de pierda blanca y puertas que representaban historias. Todos estaba hecho con colores sencillos, todos a degradado con el otro.
No sé cuánto tiempo estuvimos subiendo y bajando escaleras, recorriendo pasillos y abriendo y cerrando puertas gigantes. Cuando por fin llegamos a lo que seria una sala de espera, me hicieron sentarme en una sillita de color negro. Seguramente solo esperé durante unos quince minutos, pero a mí se me hicieron eternos. Había un buen montón de gente, y todo el mundo me miraba como si fuese una pieza de museo o un animal de un zoo. Hasta una niña pequeña con escamas por la cara y los brazos se me acercó y me tocó el pelo. La eche con una mirada de mala baba, la pequeña corrió de nuevo con su madre.
Entonces unos guardias entraron en la habitación, parecían más entrenados y daban más miedo que los anteriores, se plantaron delante de mí y empezaron a leerme una carta, que más que hacer nada útil, era un malgasto de papel y tinta.
—Señorita Leila, a partir de hoy usted está bajo control del palacio menor. Haga el favor de seguirnos hasta la sala principal.
Me quedé sorprendida, desde que llegue a ese sitio todo eran sorpresas y preguntas.
—¿Perdona?
—Lo que usted escucha Srta. Leila, usted está ahora bajo el control del palacio menor y así será hasta futuras ordenes.
Me quede estupefacta.¿Como que bajo control? Ni que fuera una criminal o algo por el estilo. Encima ¡¿Que palacio menor ni que rábanos?!
Miré al guardia con cara de "¿usted se cree que voy a ir yo a la sala esta para que hagáis lo que queráis conmigo?", pero el no pareció ni inmutarse de mi cara y no hizo ni gesto de haberse sorprendido. Fue entonces cuando me di cuenta de que si no salía de ahí, las cosas no irían muy bien. Miré hacia ambos lados de la sala, imitando nerviosismo, y me percate de un pequeño pasillo oscuro que otro momento me daría miedo, pero justo en ese, no. Me levante bruscamente de la silla, miré directamente a los ojos del guardia y empecé a correr con todo lo que tenia hacia el pasillo oscuro. Eso si que lo sorprendió, él gritó algo con rabia y se fue corriendo detrás de mí. No se podía ver casi nada en el largo pasillo y pronto empecé a plantearme si mi decisión era la correcta. Empecé a vislumbrar un pequeño tramo de escaleras. Algunas iban para arriba, otras para abajo, opte por bajar. Las escaleras empezaron a hacerse estrechas y en solo unos cuantos pasos ya estaba bajando por una escalera de caracol. Al terminar, llegué a una sala amplia con una ventana que dejaba que la luz se filtrase por la habitación. Todo hubiese sido perfecto si no hubiese habido tantos jóvenes en la habitación. Todos parecían tener mi edad o unos años de más, y no hubiese tenido tanto miedo, si no hubiese visto los arcos, espadas, dagas, mazos y todas las armas que estaban en la pared. Puede que hasta les hubiera pedido ayuda. Los jóvenes, todos vestidos con trajes azules y negros con lazos de diferentes colores atados a la cintura, se levantaron y se pusieron en posición de defensa. Uno de ellos con un lazo azul oscuro adelantó un paso, quedando un metro por delante de los demás.

—¿Quien eres? — dijo el chico del lazo azul oscuro.
Me quede mirando sus ojos violetas por unos segundos, en la cabeza tenía un par de cuernos anaranjados y su piel tenia un tono más rojizo de lo normal.
—¡Contesta!
Seguí sin decir palabra alguna. El joven con cuernos adelanto otro paso hacia mí e hizo un gesto con la mano. Dos más adelantaron hasta donde estaba él, uno tenia una daga envainada en el costado y el otro un palo largo atado a su espalda. Los dos tenían la cinta verde clarito. Esta vez, hablo el joven con el palo.
—Yo de ti contestaría, nadie nunca ha podido contar lo que pasa después de que lo atrapemos. — Empecé a inspeccionar al que me acababa de amenazar. Era un elfo, guiándome por sus orejas, ojos y altura. Tenía unos hermosos ojos verdes esmeralda y un largo y fino pelo negro, recogido en una media coleta que solo cogía la parte de arriba de su cabellera.
—¿Porqué debería deciros algo sobre mí?— me atreví a decir.— No se nada sobre vosotros ni este sitio, sois todos gente nueva y extraña... Más bien es como estar en un cuento de hadas de mala calidad.
Nadie dijo nada, los jóvenes empezaron a desmontar sus guardias y a mirarme con cara rara, como si no hubiesen entendido nada de lo acababa de decir. Un silencio incómodo empezó a crecer en la sala, interrumpido por el grito de satisfacción del guardia que me estaba persiguiendo. Un temor incontrolable empezó caer sobre mí, desesperada, me giré hacia los chicos y les supliqué mientras caía de rodillas:
—¡Por favor! me persigue un guardia, me quiere llevar a una sala rara. ¡Ayudadme, por favor! ¡No sé donde estoy, ni que hago aquí! Juro que os lo contaré todo si me ayudáis.
El chico de los cuernos se adelantó hasta quedar a unos centímetros de mí.
—¿Porque debería ayudarte? — me dijo— No te debo, ni te debemos nada.
En medio de mi desesperación, no se me vino a la mente que decirles algo tan estúpido como esto:
— Si me ayudáis, os deberé algo a cada uno de vosotros, lo juro.
El joven con cuernos sonrió, me cogió por el traje, me levantó y me puso dentro de un armario. Luego les dijo a los demás:
—Actuad como si no hubiese pasado nada, después ya veremos que hacer con esa.
Y entonces entró el guardia.

Leila & LailaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora