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No sé cuanto tiempo estuve allí, sentada en medio del claro de campanillas blancas. Estaba sorprendida, fascinada, confundida... No sabía que pasaba, ni donde se había ido la nieve, ni porqué. Empecé a plantearme si lo que viví, hacia ahora más de media semana, era real o solamente mi mente me estaba haciendo pasar una mala jugada. Pensé que podría ser la falta de sueño o el estrés... No tenía ni idea, estaba perdida en medio de un claro de campanillas brillantes. Lágrimas empezaron a deslizarse sin permiso por mi cara, desprendiéndose cuando llegaban a la barbilla. Empecé a recordar lo que yo quería creer un sueño. Recordé como la mujer-pelo-lila-rarita me había regañado y dado ropa, como había sobrevolado un mundo mágico e imposible, como el guardia le había perseguido hasta la habitación y como se había caído al vacío. Recordé lo raras que eran las personas allí, todas con cuernos, alas o escamas. También había gente con cola o sin piernas como un fantasma o una combinación de todo eso o solo algunos. Entonces una palabra me vino a la mente como un disparo; Nalia, la acompañó un nombre; Laila y por último, me llegó otra palabra, me llegó como si fuese una palabra que solo yo pudiese pronunciar; Allus.
Parpadeé, las palabras seguían allí, el mundo imaginario también. Me levante tambaleante y empecé a dirigirme a la salida del claro. Parecía como si las palabras me persiguiesen, suplicándome que me quedara en ese claro. Pero yo no les hice caso y salí corriendo de ese sitio, me fui tan rápido como había venido.

Los días posteriores a ese fue una de las peores experiencias de mi vida, no podía concentrarme en nada más que en esa tarde de domingo en medio de ese claro. Empecé a dibujar las letras, como si fuese una obsesión; las dibuje en mis cuadernos, libretas escolares, brazos y muchos más sitios. Cada vez se me hacía más imposible no mirar hacia el camino que llevaba al claro o empezar a caminar hacia él. Soñaba frecuentemente en ese sitio, para despertar con las palabras rondando por mi cuarto. El instituto por lo menos no fue tan mal, las preguntas en la hora del patio cesaron y un grupo de chicos y chicas mixtos empezaron a juntarse conmigo y no al revés, y pronto me tomaron como la callada del grupo.
Al llegar jueves, le pregunte a mi madre adoptiva si podía ir otra vez al bosque, pero ella dijo que era mejor que esperase al fin de semana. No pude hacerlo. La tarde del viernes se lo volví a preguntar, me lo volvió a negar. Subí a mi cuarto y me encerré, no lo podía soportar más, quería volver a ese sitio, quería saber que estaba pasando. No pude aguantar más, decidí que me iba a escapar. Cogí una mochila de excursiones, una pequeña que tenía por ahí, y metí todo lo que pensé que sería necesario. Cuando abrí mi armario, el traje con el que había aparecido en el claro me cayó encima, lo cogí, lo doble y lo metí en la mochila. Me puse una chaqueta bien abrigada pero sencilla por encima de mi ropa y me puse la mochila en la espalda.
Empecé a bajar silenciosamente las escaleras, llegando al final, pude ver a mi madre adoptiva sentada en el sofá, dándome la espalda. Empecé a caminar por detrás de ella, lo más discreta que pude. Cuando por fin llegué al recibidor, Sofia se levantó y empezó a caminar hacía la cocina. Me escondí en una esquina del recibidor y esperé a que el sonido de los pasos cesara. Cogí un par de zapatos del suelo y abrí la puerta casi sin ruido. Corrí hasta la parte de atrás de la casa y me puse los zapatos. Tratándome de ocultarme entre la maleza para que Sofia no me viese. Mientras me ponía los zapatos y salia corriendo hacia el bosque, oí a mi madre adoptiva llamarme para que bajase. Corrí aún más rápido ante la idea de que Sofia me pillase infraganti, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaba en el camino que llevaba al claro. Tuve que bajar el ritmo de mi carrera para no morir de flato, pero a los pocos minutos las campanillas blancas empezaron a aparecer a los lados del camino. Como si fuesen pequeño recordatorios de que todo era real. Cerré los ojos un segundo, sin parar de correr, y cuando los volví a abrir, el mundo parecia ir a cámara lenta. Salté al claro y deseé con todas mis fuerzas volver a ir a ese extraño mundo que me causaba tantos estragos y cuando caí, volvía a estar en ese agujero negro sin fin.

*--*--*

Me desperté aturdida, en medio de lo que parecía un bosque muy poco denso, los arboles eran enormes y muy altos. Poco a poco fui mirando a mi alrededor y me di cuenta de que ese no era mi mundo, ese era un mundo muy diferente. Me costó un rato levantarme y empecé a caminar hacia lo que yo creía que era norte, pero a los dos minutos de camino, me encontré otra vez con el mundo que mi celebro no había podido olvidar, los carromatos seguían dando vueltas alrededor, las islas flotaban alrededor y la gente era diferente, muy diferente. Las rodillas me cedieron y me senté involuntariamente en la hierba azulada. Mi ropa volvía a estar hecha trizas y llena de barro. Cogí el traje que me había puesto la última vez que había estado allí y puse mi ropa en la mochila. Suspirando fuertemente, empecé a caminar hacia el lado opuesto por el que había venido. Camine intentando seguir una diereccion en concreto, pero no tenía nada que me dijese a donde ir y pronto me pareció estar dando veltas en un circulo infinito. Cuando ya empezaba a pensar que había sido un error venir a este mundo, escuche unas voces hablar a una distancia de mí. Corrí hacia ellas, olvidando un momento en que mundo estaba, y sin parar de correr, interrumpí en el centro del campamento de la mujer-de-pelo-lila-rarita.

Leila & LailaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora