Ojo de gato (Prólogo)

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NOTA DE LA AUTORA.

 En un momento de la novela, uno de los personajes asegura que el cuack de un pato no produce eco. Esto puede sorprender al lector, tal y como me sorprendió a mí la primera vez que alguien me lo comentó. Después de mucho buscar en Internet las bases científicas para este hecho, encontré comentarios a favor y en contra de dicho fenómeno y acaloradas discusiones acerca de si los experimentos realizados para demostrar o rechazar esa hipótesis tenían validez o habían sido manipulados. Así que, tras un par de días buscando una confirmación, decidí tomar esta afirmación como cierta e incluirla en el libro.

 Sin duda como lector te estarás planteando a quién puede importarle si los sonidos de un pato producen eco y que tendrá que ver eso con una novela de investigación y fenómenos paranormales. Incluso es posible que te estés preguntando qué clase de sustancias ilegales había consumido la autora a la hora de escribir esta nota. Paso a explicarlo.

 No hay ninguna razón científica para que el cuack de un pato no produzca eco, tal y como lo produce cualquier otro sonido en la Tierra. Pero parece ser que así sucede o, al menos, yo soy del grupo de gente al que le gusta creer que algo tan ilógico puede suceder. Vivimos en un mundo ordenado, explicado por leyes físicas, e invadido por adelantos tecnológicos. Todo rastro de magia y misterio parece haber sido expulsado de nuestras vidas. Debido a eso, cualquier cosa que parezca haberse escapado a esas leyes me hace entusiasmarme y hacerme creer que lo ilógico también tiene cabida en nuestro mundo.

 Por eso he querido crear un lugar en el que se pueda creer en hechos inexplicables, en espíritus que buscan el contacto con los vivos, en piedras mágicas, bosques sombríos y casas encantadas... Esta novela trata un poco de todo eso, de dejar a un lado los hechos científicos y adentrarse en un mundo que, sin dejar de ser real, pueda tener su dosis de magia. Si el viaje te interesa, si estás dispuesto a creer que el cuack de un pato no producirá eco aunque no haya explicación lógica para ello, dame la mano e internémonos en Erkiaga.

PRÓLOGO.

Los altos y oscuros bosques de robles y hayas se extendían a ambos lados de la carretera. Los primeros troncos aparecían al borde del camino y sus frondosas ramas se extendían por encima, creando un túnel de sombras que producía una leve sensación de claustrofobia. Zubeldia abrió las ventanillas y dejó que el aire fresco y limpio llenase el coche. Parecía increíble que aquel paraíso se encontrase a sólo un cuarto de hora del humo y las aglomeraciones de Bilbao. Ese podría ser un buen slogan para su próxima urbanización: “Erkiaga, un paraíso cercano”.

 Divisó la señal que marcaba el desvío hacia el pueblo. Ya llegaba. Se moría de ganas de ver como comenzaban las obras. Para esas horas era posible que hubiesen terminado de arrancar los árboles y que estuvieran acabando con la limpieza del terreno. Todavía quedarían meses de trabajo antes de que pudiese ver la urbanización terminada pero quería contemplar el terreno despejado e imaginar como iban a quedar las hileras de chalets adosados, las parcelas de jardín, el pequeño parque comunal que había planeado...

 Su coche pasó por encima de un antiguo puente de piedra. Paró un momento y bajó para observarlo. Parecía que nadie se había ocupado de restaurarlo en años. El suelo era muy irregular y algunas de las piedras que formaban las paredes laterales habían desaparecido. Se acercó a uno de los bordes y miró hacia abajo. Los pilares parecían en buen estado pero, aún así, mandaría reforzarlos. Durante los próximos meses por ese puente iba a pasar mucha maquinaría pesada y era posible que la estructura interna no lo resistiese. Por debajo corría un río poco profundo y transparente. Se sorprendió de la limpieza del agua. No era algo habitual en Vizcaya. Eso les iba a encantar a los futuros compradores: un río en el que sus pequeños podrían bañarse en verano. Se felicitó de nuevo por su compra y volvió al coche, pensando en los arreglos que iba a hacer en el puente una vez acabasen las obras. Por ejemplo, unas barandillas de madera para darle un aspecto más rústico. Lo convertiría en una especie de frontera simbólica. Cuando la gente lo cruzase dejaría atrás el estrés de la vida en la ciudad para volver a un pasado más tranquilo y feliz.

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