Ojo de gato (Capítulo 6)

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CAPÍTULO SEIS

El timbre del teléfono la sacó del sueño. Se levantó de un salto del sofá y, aún medio dormida, corrió hacia la cocina para contestar a la llamada preguntándose si sería Marta con nuevas noticias sobre el caso.

Miro la pantalla digital durante unos segundos. Era David de nuevo, insistiendo en volver a entrar en su vida. Descolgó el auricular y, sin acercárselo siquiera, cortó la llamada. Después dejó el auricular apoyado sobre la mesa y se sentó en una de las banquetas de la cocina, mirando el teléfono como si fuese un enemigo.

El reloj de la pared marcaba las ocho y media de la mañana. Se sentía cansada y adormilada pero sabía que no podría volver a conciliar el sueño. Había pasado la noche intranquila, con extrañas pesadillas que ahora no podía recordar. Sólo le había quedado una ligera sensación de que tenían algo que ver con el caso de Marta, con aquel cadáver del que no conseguían descubrir nada. Se forzó a recordar, apretando las sienes con sus dedos mientras se concentraba. Algo le decía que no había hecho lo correcto, que se había equivocado en algún punto importante pero, ¿en qué se iba a haber equivocado si por el momento no había descubierto nada?

Pensó en la piedra y la verdad se abrió paso en su cabeza. La cadena, el cierre roto... Ahí habían tenido la prueba de que la causa de la muerte había sido violenta. El agresor podía haber roto el cierre mientras forcejeaban o al haber intentado estrangularla. E incluso era posible que la piedra hubiese conservado alguna huella del asesino durante todos esos años. Su superficie era lisa y brillante y una huella podría haber quedado marcada con toda claridad. ¿Y qué había hecho ella con la única prueba del crimen? Mandar que la limpiasen en una joyería donde habrían usado productos químicos que habrían eliminado todas las posibles huellas del asesino y todos los materiales del terreno que probaban que la piedra había salido de la misma fosa que el cadáver. Y además había permitido que cambiasen el cierre, destruyendo así el único indicio de violencia física del que disponían.

Enterró la cabeza entre sus manos, sintiéndose estúpida y culpable. ¿Era esa su manera de ayudar a Marta a resolver un caso? Con aquella prueba podrían haber ampliado el plazo de la investigación pero ahora, gracias a su genial intervención, se cerraría sin que pudiesen descubrir nada. No podía contarle a Marta lo que había hecho, no tenía justificación ninguna. ¿Qué iba a decirle? ¿Que había destruido la única evidencia que podría haberles ayudado pero que no se preocupase porque a cambio tenían una piedra que les permitiría comunicarse con la víctima para que les dijese quién la había asesinado?

Se levantó de la banqueta y caminó nerviosa de un lado a otro de la cocina intentando encontrar alguna solución. Si pudiese dar marcha atrás... Nunca había estudiado la identificación mediante huellas dactilares en profundidad, no sabía hasta que punto podrían recuperarse. Ése nunca había sido su campo pero recordó que le habían pasado unos apuntes sobre el tema mientras colaboraba en la identificación de los cadáveres de la fosa común descubierta en Burgos. Debían estar en alguna caja en los armarios de su estudio.

Se dirigió hacia allí, se sentó en el suelo y abrió las puertas. Varias cajas estaban apiladas, de manera ordenada, conteniendo la mayoría de los apuntes de sus tiempos en la universidad. Rahu, que había estado durmiendo sobre el sofá, se estiró arqueando el lomo y bostezando y después saltó al suelo e intentó meterse dentro del armario para investigar qué estaba haciendo Laura. Ella le empujó suavemente hacia atrás mientras sacaba una de las cajas.

- Ahora no, Rahu. Estoy muy ocupada.

El gato salió indignado de la habitación mientras ella seguía sacando cajas, carpetas, libros... Al fin la encontró: una gran caja de cartón en cuya tapa había escrito “Burgos, verano de 1994”. La colocó delante de ella, sacándola casi con veneración. Aquella caja despertaba muchos recuerdos en ella, recuerdos de una Laura que parecía haberse extinguido, que se había ido quedando en el camino sin que se diese cuenta. Las imágenes de aquel verano volvieron a su cabeza: las noches al lado del fuego, los sonidos de las risas y los cantos. Se había sentido plenamente feliz, rodeada por otros estudiantes, trabajando todos juntos en un campo que les apasionaba, compartiendo obligaciones, pasiones y sueños. En aquellos días ni siquiera conocía a David, ni sabía lo que era el miedo a quedarse sola para siempre, ni la culpabilidad de pensar que quizá no hizo todo lo que estaba en su mano para conservar las cosas que de verdad valían la pena, ni el pánico de pensar que todo su futuro carecía de sentido.

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