Ojo de gato (Capítulo 4)

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CAPÍTULO CUATRO

El sol brillaba a través de las frondosas ramas de los árboles que rodeaban la carretera, dibujando una danza de sombras cambiantes. Hacía rato que Laura había abandonado la carretera principal y empezó a plantearse que quizá había seguido mal las indicaciones que Marta le había dado el día anterior. Paró en la cuneta para volver a consultar el rudimentario mapa que ella le había dibujado. Había tomado el desvío adecuado pero Marta le había dicho que encontraría un puente en uno o dos minutos y todavía no había visto nada. Salió del coche y echó un vistazo alrededor. No había nadie a la vista a quien pudiese preguntarle. Mirase donde mirase solo podía ver una larga carretera polvorienta bordeada por cientos de árboles, tan cercanos los unos a los otros que no dejaban pasar la luz del sol, convirtiendo el bosque en un lugar oscuro y amenazador. Un poco más adelante observó un desvío. Marta no le había dicho nada acerca de que la carretera se bifurcase. ¿Se habría equivocado de salida en la autopista? Y, en caso de estar en la carretera correcta, ¿debía seguir recto o tomar aquel otro camino? Sacó su móvil para preguntarle a Marta, arrepintiéndose más a cada segundo de haberse dejado envolver en algo que no la concernía en absoluto. Lo encendió e, ignorando los avisos de llamadas perdidas, marcó el número de su amiga.

El móvil de Marta sonó sin interrupción durante casi un minuto sin que nadie respondiese al otro lado. Laura colgó enfadada y arrojó el teléfono al asiento del copiloto. Caminó unos pasos hasta sentarse en el capó del coche, planteándose qué hacer a continuación. No le apetecía perderse en aquel lugar y pasarse el resto de la mañana dando vueltas. Una brisa cálida acarició su rostro. Echó la cabeza hacía atrás dejando que el aire jugase con su pelo mientras algunos rayos de sol calentaban su piel. El canto de algunos pájaros en el bosque era el único sonido perceptible. No había coches ni gritos. Era tan diferente de Bilbao... Casi como si hubiese sido transportada a un mundo paralelo en el que todos sus problemas habían dejado de tener sentido. Temió que algún otro coche llegase en aquel momento, disipando el hechizo, pero no fue así. Durante varios minutos permaneció en aquella postura, disfrutando de la paz y la magia del lugar. Por fin abrió los ojos y volvió al coche. Arrancó y tomó el camino que se bifurcaba a la derecha, internándose entre los árboles. No le importaba perderse y permanecer en aquel lugar unas horas más. Después de todo, tras revisar el lugar donde había sido encontrado el cuerpo e ir a la central de la Ertzaintza a echarle un vistazo, no tendría nada más que hacer en todo el día.

Unos metros más adelante distinguió una casa entre los árboles, a unos metros del camino. Condujo hacia allí y paró delante. Se bajó y echo un vistazo a su alrededor, buscando a alguien que pudiese indicarle dónde encontrar el pueblo. Caminó unos pasos pero no pudo encontrar a nadie. Se paró delante de la casa, contemplándola. Sólo contaba con un piso y era antigua, con paredes de piedra gris por las que trepaba la hiedra. En mejores tiempos, la parte delantera parecía haber estado adornada por un jardín porque aún se podían distinguir algunos parterres de madreselvas, fucsias y dientes de león medio ocultos entre las ortigas y los tréboles. A ambos lados de los escalones de entrada crecían dos matas de dondiego de un metro de altura. Se acercó y arrancó una de las flores. Estaba cerrada y Laura pensó con pena que no esparcirían su aroma hasta el atardecer y que para ese momento ella ya se habría marchado. Rodeó la casa, dejándose llevar por la sensación de paz que le transmitía. En la parte trasera, que quedaba en sombra debido a las tupidas ramas de un almendro, la hierba estaba muy crecida y las enredaderas trepaban por las paredes medio derruidas de un pequeño pozo.

Cuando hubo rodeado toda la casa, volvió a su coche. Parecía que no iba a encontrar a nadie allí que pudiese indicarle por dónde debía seguir. Abrió la puerta y miró por última vez a la casa, apenada por tener que marcharse. Algo en la ventana de la parte delantera hizo que volviese a acercarse. En su primera vuelta a la casa no se había fijado en aquel cartel, quizá debido a que la suciedad de los cristales casi lo ocultaba. Escrito a mano con grandes letras aparecía un anuncio de “Se vende” junto a un número de teléfono. Volvió al coche, sacó el móvil y lo marcó. Escuchó varios tonos de llamada antes de que una agradable voz de mujer contestase desde el otro lado:

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