Ojo de gato (Capítulo 1)

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CAPÍTULO UNO

Laura se giró, extendiendo su brazo para abrazar el cuerpo dormido de David pero su mano chocó contra una fría pared. La extrañeza la sacó del sueño. ¿Dónde estaba él? ¿Por qué la cama era tan pequeña? Entreabrió los ojos y, a la cegadora luz de la mañana, recorrió con la mirada las estanterías repletas de libros, su escritorio, el sofá en el que estaba tumbada... Se giró para fijar su mirada en el techo, intentando frenar su memoria, no pensar. Había dormido en el estudio, como todas las noches desde hacía dos semanas, pero aún así cada mañana pasaba por el mismo proceso: el desconcierto inicial, la llegada de los recuerdos, el intento de negarlos y, por fin, la sensación de vacío que ya no la abandonaría en todo el día.

Sus movimientos hicieron que Rahu, que había dormido toda la noche entre sus piernas, se despertara y se sentase para observarla con sus enormes pupilas amarillas. Se estiró lánguidamente, clavando las uñas en la manta y después caminó sobre el cuerpo de Laura hasta quedar sentado sobre su pecho. Ella levantó su brazo derecho y le acarició el lomo.

- Al menos tú sigues aquí. Todavía puedo contar con alguien.

El gato se tumbó encima de ella, ronroneando y entrecerrando los ojos. Laura siguió acariciándolo de forma mecánica y el movimiento y el calor hicieron que volviese a quedar adormilada. Se encontraba tan cansada últimamente... Por las noches le era imposible conciliar el sueño, pasaba horas con la vista fija en el techo y la mente perdida en recuerdos que sólo provocaban dolor. Y por la mañana el cansancio y la falta de fuerzas para afrontar otro día parecían encadenarla a la cama.

Abrió de nuevo los ojos y apartó a Rahu para incorporarse. El gato la miró resentido y caminó hasta los pies del sofá para empezar a lamerse. Laura se sentó y se frotó la cara, intentando despejarse. Se levantó torpemente y caminó hasta la ventana para contemplar la calle. El cielo aparecía azul y despejado, con el intenso brillo de los primeros días de Junio. Abrió la ventana y una brisa cálida le acarició la cara. El paseo que quedaba bajo su ventana aparecía lleno de gente que caminaba, hacía footing o descansaba sentada en un banco para contemplar la ría y las gaviotas. Deseó poder cambiarse por cualquiera de ellos, poder sentarse en uno de aquellos bancos a contemplar el paisaje dejando que la mente divagase sin el peligro de que sus pensamientos le hiciesen daño. Volvió a cerrar la ventana y le dio la espalda. El hermoso día contrastaba con las tormentas que se producían en su interior, parecía querer decirle que aún había vida fuera, que debería luchar para empezar de nuevo. Pero ella no quería verlo, no quería empezar nada.

Se acercó a la silla en la que descansaban la mayoría de sus ropas y eligió un pantalón, una camisa y un juego de ropa interior. Al comenzar a vestirse, se planteó cuantos días llevaba sin ducharse y no pudo recordarlo con claridad. Se vistió de todas formas. Las paredes de la casa empezaban a echársele encima, agobiándola. No se veía con fuerzas para pasar allí dentro el tiempo que tardaría en arreglarse. Quizá a la noche, cuando volviese.

Abrió la puerta del estudio, dejándola entornada por si Rahu quería salir a pasear por el resto de la casa. Del resto de habitaciones no salía luz ni sonido alguno. Caminó por el oscuro pasillo, acechada por los recuerdos de las risas compartidas y los momentos felices, que la perseguían como fantasmas. El pasillo se le hizo inmenso. Lo cruzó con la cabeza baja, sin mirar a los lados en los que se abrían las habitaciones llenas de las cosas de los dos, de actividades interrumpidas. Abrió la puerta de la calle y, respirando profundamente para darse fuerzas, salió al descansillo.

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