46. CAMBIARÁS

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Y así, página por página, concepto tras concepto, fui adquiriendo conocimientos con la mejor profesora que podía tener. De vez en cuando me quedaba embobada, mirando cómo se atascaba y no salía de su propio lío. Lo explicaba una y otra vez y ni ella se entendía.

-Bueno, y eso. -decía, saltándose ese trozo y continuando con un nuevo término. -¡No te embobes! -me exclamaba muy seria, dándome un libretazo en la cara. -Encima de que me pongo a enseñarte, no me echas cuenta.

-El problema es que te echo demasiada cuenta. -reí.

-¡Pero no a los agudos! -dijo cabreada, señalando el libro.

-Sí… la agudeza de tu… belleza. -improvisé. Sonrió y tiró el cuaderno a la mesa.

-Si es que te tengo que querer. -dijo, depositando sus brazos en mi hombro y abalanzándose sobre mí con claras intenciones de besarme. Me eché hacia atrás esquivando el beso. Sabía que lo odiaba. Solté una carcajada al ver su cara. -pues ahora sí que no te lo voy a dar. Venga, léete este apartado.

-¿Otra vez? -bufé de mala gana.

-¿Otra vez de qué? Eso no lo has leído.

-No ha "colao"

-"Colao". -repitió la palabra y se hartó de reír. -Nunca te había escuchado decir eso. -rió de nuevo. Qué bien se lo pasaba riéndose de mí. Y era normal, yo hablaba muy fino y aquello la descolocó.

Al rato y después de haberme repasado media estantería de su casa, dijo que ya era bastante por hoy. Estaba embotada de tanta letra junta. No estaba acostumbrada a estudiar, desde el bachillerato no había abierto un libro. Fue cómo volver a empezar.

-¿Tengo premio? -no lo había olvidado. Se tocó la barbilla pensando. Sonriente. Esa cara de interesante tan graciosa que pone a veces.

-Cierra los ojos. -me ordenó. Uf. Qué miedo. Me dio un piquito en mis labios resecos por el frío y me pidió en un susurro, que, por cierto, hizo que temblara, que me quedara quieta. Noté que se levantó al cambiar el peso del sofá. Pasaron unos minutos y yo me sentía como una estúpida allí, con los ojos cerrados. No los abrí por si me veía. Seguro que me quedaba sin premio si me pillaba. Marina, estás siendo muy infantil. Más infantil aún era hablar conmigo misma. ¿PERO QUÉ ESTABA HACIENDO? Definitivamente esa mujer me estaba volviendo loca. Reí sin ningún motivo aparente. Qué manera de hacer el tonto. Me mordí el labio. ¿Qué tendría pensado? Una tontería de las suyas, sin lugar a dudas. Volví a reír, sintiéndome de nuevo una chiflada enamorada. -¡Ya! -exclamó. Despegué mis párpados velozmente, me moría de ganas por descubrir mi sorpresa. Todo estaba oscuro. La lámpara enorme del salón estaba apagada y ya no entraba luz por la ventana.

-¿Cariño? -miré alrededor. Oscuridad.

-"Se ha declarado mi pasión como un volcán, hoy tengo ganas de volverte a devorar…"- no me lo podía creer. Encendió una linterna y la vi en el medio de la alfombra con movimientos de niña pequeña cantando esa canción con una voz extremadamente dulce. Dejé que continuara con su actuación. Ya casi ni me acordaba de ese tema suyo. Durante mucho tiempo fue mi canción favorita. Luego la fui olvidando porque otras ocupaban su puesto. Al volver a oírla, y oírla así. En directo, sin focos enormes y gente alrededor. Sin gritos de júbilo y miles de idolatrados gritando desesperados. Sonreí y centré mi atención en ella. Ahora mismo era lo único que ocupaba mi mente. Cogí uno de los cojines y lo abracé mientras me mordía el labio. Salió un poco de sangre… yo y mi manía de olvidar echarme cacao.

-Bueno… y la siguiente canción la quiero cantar con alguien muy especial para mí. -por un momento parecía que estaba en uno de sus multitudinarios conciertos… pero no. Era el salón de su chalet. -Marina. -me señaló.

EL MAYOR DESAFÍO DE LA VIDA ES VIVIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora