52. EL APAGÓN

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Estuvimos el día entero en su chalet. Sus amigos más próximos y familiares pasaron allí toda la tarde. A muchos ya les conocía, a otros no. Vero, Malú y yo, habíamos organizado la fiesta. Hicimos comida para 3000 personas al menos. Éramos unas exageradas. Suerte que estaban sus perras para comerse los restos.

-¡Enhorabuena! -Vanesa Martín se acercó a darme dos besos. -me ha encantado el disco. Ya lo tengo. -sonrió.

-¡Gracias! ¿Qué te parece? -le pregunté, tendiéndole un vaso con bebida. Lo agradeció con una sonrisa y tomó un sorbo.

-Alucinante… ya te lo he dicho. -rió. -sobre todo las letras… son pura magia. ¿En qué te inspiras?

-Todo me inspira. -confesé. -podría escribir sobre cualquier cosa. -asintió con la cabeza, entendiéndome.

-Me pasa igual. -la agradable conversación se extendió más de lo que imaginaba. Se puso a contarme su vida… la verdad no me interesaba mucho, pero yo la escuchaba con atención. Qué menos… No parecía tan habladora… pero sí que lo era.

-¡Vane! -Malú la abrazó por detrás y le dio un beso en la mejilla. En seguida, la malagueña se giró y se fundieron en un cálido y amistoso achuchón.

-Felicidades, vida mía. -¿Cómo que vida mía? ¿Le ha dicho vida mía? Perdona, pero Malú es mi vida, no la tuya. ¿Marina, por qué hablas sola?

-Gracias, cariño. -le contestó. ¿Cariño? Ajá. Cariño. Me metí un trozo de jamón entero en la boca y mastiqué velozmente. Me di una vuelta por el salón. No pintaba nada allí.

-¿Qué tal, cuñi? -ya tardaba en aparecer el loco éste. Estuve un rato con José. Charlábamos sobre música, un tema muy presente en ese cumpleaños. Pero mis ojos apuntaban a Vanesa y Malú. Seguían hablando animadamente. Muy sonrientes. -¿Qué miras?

-Tu hermana, que…

-Es preciosa, eh. -asentí riendo. -pero mírame a mí, que estás hablando conmigo. -me cogió y me dio la vuelta, quedando de espaldas a las dos cantantes. En el fondo me alegraba el no verlas. Me estaba cabreando. No entendía muy bien mi reacción… yo no había sido celosa nunca… -me ha contado que te la llevas a París, ¿no?

-Sí, le he regalado unos billetes por su cumple. -le comenté.

Al rato, y después de saludar a los que ya conocía de antes, Malú por fin vino a por mí.

-Hombre, hola. -dije algo seria. -ni te he visto hoy. -Eran las ocho de la tarde.

-¿Te ocurre algo? -observó que algo no iba bien. No me dio tiempo a decir nada, llegó una persona cuyo rostro desconocía. No me sonaba de nada. -¡Ainhoa! -ni el nombre me era familiar.

-Felicidades, prima. -ah… así que su prima. La chica era bastante alta, rondaba mi edad. Tenía el pelo igualito que el de Malú. Sus ojos eran negros intensos, y en sus mejillas había miles de pequitas pequeñas.

-¡Gracias! -contestó mi chica. La tal Ainhoa se me quedó mirando.

-Tú eres… ¿Marina?

-Sí, encantada. -me acerqué a darle dos besos, pero Malú nos interrumpió a mitad del camino.

-Es mi novia. -cada vez que hacía eso el corazón me daba un vuelco. Mis ojos se iban directos a la persona para ver la reacción. Se sorprendió, y luego se echó a reír.

-¡Pues nada, encantada prima! -dijo muy espontánea y, ahora sí, nos dimos dos besos. Gente nueva se iba acercando… y así me presentaba a todos. Los típicos segundos de frío se producían, para luego normalizar el momento con un saludo. Le encantaba hacerlo. Le encantaba parar el mundo con sus palabras. Yo, que sentía lo importante que era para ella, también me sentía incómoda. Se me subían los colores. Siempre había sido algo tímida en los primeros contactos con las personas, y esa manera de presentarme era escalofriante. Vamos, que poco a poco, lo de que ella y yo éramos pareja empezó a ser el cotilleo del cumpleaños.

EL MAYOR DESAFÍO DE LA VIDA ES VIVIRDonde viven las historias. Descúbrelo ahora