Capitulo 4

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-¡Peter!—Sacudió su cabeza y observó a su amigo que había llamado su atención con un grito. Gaston había estado ya unos minutos hablando sobre lo divertida que había sido su cena con Rocío, pero Peter solo había estado pensando en la morocha extraña y hermosa. Su... ¿cita? Él no sabía lo que había sido, pero lo había dejado claramente confundido.—

-Lo lamento, ¿de acuerdo?—Bufó recostándose en el asiento de su estudio.—

-¿Es sobre la chica extraña?—Una sonrisa se extendió por sus labios, tan solo por cuanto su amigo lo conocía.—

-Es que...—Volteó su rostro para intercambiar miradas.—hay cosas que no entiendo.—Confesó a Gaston, quien frunció el ceño al escuchar a su amigo.—

-¿Cómo que?—Un nuevo bufido salió por la boca de Peter Lanzani.—

-Fui a su departamento, y todo era negro y se encontraba perfectamente ordenado. Tenía pinturas de mujeres, padres, un hospital...—Dijo con la confusión teñida en su tono de voz.—

-¿Y para que fuiste a su departamento?—Preguntó procesando y estudiando cada una de las palabras de su amigo. Él comenzaba a estar tan confundido como Peter.—

-Porque yo había tardado mucho en llegar a...—¿A la cita? ¿Ese era el término correcto?.—al bar, y me pidió que la acompañara. Por unos minutos me quedé solo, hasta que regresó con los ojos rojos. Por lo que me dijo, tomó medicamento.—Hubo un silencio entre los dos amigos. Ambos se encontraban pensativos.—

-¿Y si tiene una enfermedad?—Dijo. Esa fue la primera opción para Gaston. Tal vez, la extraña mujer, cargaba con el peso de una enfermedad en su vida. ¿Por qué no? Los que viven con una enfermedad, necesitan medicamento en su día a día, después de todo. Para Juan Pedro también había sido una opción. La primera, claro está, pero luego llegó su gran imaginación a crear diferentes escenarios en los que los "ojos rojos" y "el medicamento" eran protagonistas, y la morocha solo una consecuencia de los protagonistas.—

-¿Y si no?—Otro silencio se apoderó del momento. —

-No lo sé, tal vez solo estamos dejando volar demasiado la imaginación... ¿Cierto?—Peter asintió todavía pensativo.—

-Cierto...—Un cliente nuevo llegó, por lo que cada uno debió seguir con lo suyo y dejar su conversación para otro momento.—

-Peter...—Lo llamó Gaston.—

-¿Si?—Levantó su cabeza y sus ojos aterrizaron en la chaqueta negra de Lali.—Gracias.—Su amigo asintió y Peter terminó de limpiar el tatuaje de la mujer rubia.—

-Gracias.—La rubia abandonó su estudio, y Peter llamó a la morocha.—

-¿Lali?—La mujer volteó al escuchar su nombre. Sus ojos tras las gafas, su vestimenta negra; todo continuaba de la misma manera. Hasta el semblante sin expresiones.—¿Quieres pasar?—Luego de unos segundos, Lali negó con la cabeza.—

-Solo...—Tomó aire.—Quería disculparme.—Peter frunció el ceño.—

-¿Disculparte por qué?—Cuestionó sin notar que la morocha tenía pensado seguir con sus disculpas.—

-Yo...—Mordió su lengua. Se encontraba frustrada, irritada, nerviosa, pero Peter no lo notó.—Tú dijiste hasta la próxima...—Recordó costosamente. Su cabeza latía. Se encontraba mareada. Había pasado largas horas pensando, y había olvidado cosas que debía hacer.—

-Sí...—La animó a continuar. La mano izquierda de Lali comenzó a golpear su pierna y sus palmas comenzaban a bañarse por una leve capa de sudor.—

El rastro del picaflor {Laliter}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora