Capitulo 1

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Peter Lanzani despertaba de sus sueños diez minutos antes de que su alarma lo indicara, y era típico en él. Era un hombre de puntualidad. También un hombre que amaba a su familia y amaba ayudarla. Como ahora, que ayudaba a su tía con el desayuno de sus ocho primos.

Peter había terminado la secundaria por sus primos. Sus padres, años atrás, lo habían dejado, y sus tíos lo recibieron en su casa al instante; pero no eran una familia de dinero. Nada sobraba, y cosas faltaban; por eso Peter había querido abandonar la secundaria y comenzar a trabajar, pero sus primos lo necesitaban dentro del colegio por algunos idiotas que solo los molestaban. Les enseñó a protegerse, y se graduó comenzando a trabajar en aquel lugar.

-Hijo, ¿me pasas el café?—Era normal que su tía lo llamara hijo, pero él no podía llamarla mamá; solo no estaba acostumbrado.—

-Yo lo hago.—Su tía, Victoria, le sonrió agradecida, y se sentó en su silla descansando después de despertarse y haber preparado una exagerada cantidad de wafles, los cuales nunca parecían suficientes para sus propios hijos, y chocolatadas.—

-Peter, sácate ese abrigo; morirás de calor.—Escuchó a su tío decir mientras se adentraba a la cocina. Siempre era el ultimo en llegar a la cocina. Solo porque su rodilla estaba algo lastimada desde hace ya años, y tardaba un poco más para hacer cosas comunes, tal y como sería darse su típico baño de sales por la mañana para tratar al día de la mejor manera. Y se ve que era útil, porque nunca se lo veía molesto o estresado.—

-Sabes que no puedo, Pablo.—Le habló a su tío mientras le acercaba una taza y le acercaba otra a su tía Victoria que parecía querer tomarse el mismo baño que su marido desde hace unos años ya, pero sus ocho hijos no le daban el tiempo suficiente, claro. No era que Pablo no se ocupaba de sus propios hijos, o de su sobrino; todo lo contrario, hasta tenía dos trabajos para intentar complacerlos de vez en cuando, pero es que él sabía administrar sus tiempos un poco más de lo que Victoria lo sabe hacer.—

-Hazte un maldito tatuaje, y deja de intentar morir deshidratado.—Comentó uno de sus tantos primos antes de meter medio wafle en su pequeña boca. A veces Peter se preguntaba si era un niño, o un agujero negro escondido en un niño. O tal vez un adulto por su vocabulario.—

-¡El vocabulario, Juan!—Él esbozó una inocente sonrisa en dirección a su madre.—

-Lo siento.—Peter rió.—

-Ya que quieres hacer que me quite este abrigo, ayúdame a pegarme un tatuaje en el brazo.—Juan, a su pesar, se levantó con la otra mitad del wafle en su boca, y lo siguió hasta su cuarto para ayudarlo a poner el falso tatuaje.—

-¿Por qué no te haces uno de verdad?—Peter rió.—

-No es el momento, Juan. Tiene que ser algo que signifique algo. No puedo solo tatuarme un dragón en mi espalda porque sí. Es algo que quedará en mi piel toda mi vida.—Le explicó a su primo de siete años quien no dudaba que hacerse un tatuaje no debería tener significados algunos, ya que no entendía bien que era un significado.—

-Como sea. Ya está. Solo deja que se seque un poco.—Peter le agradeció y volvieron al comedor donde todos estaban hablando a gritos. Todas las mañanas eran iguales, y no había nada que Peter amara más. Él sólo quería una familia que lo amara; y no sólo tenía dos tíos, sino que lo acompañaban ocho personas más.—

-Me voy al trabajo.—Gritó y, a coro, se escuchó un suerte. Después solo siguieron con su común griterío.—

-Temprano como siempre, Pedro.—Peter sonrió. Emilia era la dueña del local. Una mujer tatuada en ambos brazos, y en partes de su cuerpo que prefería no ver. No por ser homosexual, tan solo por respeto. Emilia había sido de gran ayuda, y lo introdujo en el mundo de la tinta ella misma. Es hermosa, sí lo es; pero era una relación de respeto. Además, ella era su jefe.—

El rastro del picaflor {Laliter}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora