08 | Color esperanza

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—¿Dónde están Iván y Esteban?

—No los he visto, Javier. Tampoco a Naomi. ¿Trajiste lo que te pedí?

—Sí —respondió, sacando una caja mediana color rosada fucsia de la mochila—, aquí tienes.

—Perfecto. —Ruth agarró la caja e introdujo en esa otra más pequeña con un oso de felpa, chocolates y un brazalete en su interior—. Creo que está bien, ¿qué dices?

—Sabes que con que sea rosado basta.

—Hablo en serio.

—Lo difícil era que no sospechara nada y superamos esa parte.

—Se me hace imposible no estar nerviosa.

—Es muy obvio.

—No me ayudas.

—Soy realista, además de que te conozco. Eres muy insistente con las cosas que quieres.

—Te pedí una opinión sobre el regalo, no un sermón.

—Creo que cada veintiuno de mayo empeoras.

—¡Eso ya lo sé!

—Está bien. Me callo. Solo relájate, por favor. Ya me estás dando un poco de miedo.

—Lo siento, pero es que...

—Escucha. Dudo que sospeche algo ahora que estamos en exámenes finales.

—Tienes razón.

—Por supuesto que la tengo.

—No seas tan modesto.

—Me gustaría gritar: «¡gracias, Dios, por los exámenes!». Pero eso es imposible. Ningún estudiante de aquí puede tener tiempo libre para estudiar y ser feliz.

—Ser feliz es imposible en situaciones como esta.

—Real que sí.

—Espero que pasemos todas las pruebas académicas a la primera.

—No entiendo por qué te preocupas tanto, siempre te va súper bien.

—Nunca me confío.

—Por ti ni que decir, pasarás con los ojos cerrados, y por nosotros no te preocupes. Viste que los días en que salimos para tener listos los preparativos de la fiesta, Esteban e Iván se quedaron en mi casa para estudiar.

—Lo recuerdo.

—Tengo fe en que Naomi ha estudiado. Ahora que se ha superado tanto sería el colmo que deje caer sus calificaciones. —Javier admitió en silencio que nada era el colmo para la mejor amiga de Ruth.

—Se preparó mucho.

—Nos irá bien. Somos genios.

—Tienes razón. —En su rostro se trazó una expresión tipo ganador egocéntrico del Premio Nobel de Ciencias—. Que no se te suba la sabiduría a la cabeza.

—No prometo nada.

Era común que los sarcásticos halagos de Javier sacaran estruendosas risas de Ruth en donde sea que estuvieran. Había una gran probabilidad de que para terceros parecían como niños cuando no le daban importancia a lucir ridículamente felices. La realidad era que no les importaba en lo más mínimo. Ninguno le encontraba sentido a vivir en base a los estándares de perfección de otros; eran los únicos dueños de sus actos, ¿qué había de malo en ser ellos mismos? La juventud que tenían en común quizá era más sólida que la madurez de quienes reprocharon su «infantil comportamiento».

Amigos IncondicionalesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora